Conversaciones acerca del valor de la intencionalidad compartida, para una colaboración expandida (2ª Parte)

En pleno invierno, un caracol comenzó su lento y trabajoso ascenso por las ramas desnudas de un cerezo. 

Otro que lo estaba observando desde abajo le preguntó: 

 Dónde vas, si aún no hay cerezas?” 

Sin dejar de subir el caracol le respondió: 

“Cuando llegue, las habrá”.  

¿Qué es lo que impulsa a iniciar ese largo camino hacia algo – la colaboración como generadora de soluciones, saberes e innovación- que aún no está y que no es visible? ¿De dónde viene esa energía y esa convicción ? ¿De la necesidad, del encuentro con los otros, de la voluntad de reconocimiento, de que aparece la oportunidad, de encontrar algún apoyo menor, de la dignidad, de la convicción ética y de unas herramientas metodológicas al alcance…? En realidad no hay un único motivo y depende de la situación, pero en cualquier caso casi nunca nace de las prácticas y la cultura colaborativa del entorno ni de la visión estratégica de la institución.

El sustrato de las instituciones públicas ha sufrido un gran desgaste que hace difícil el nacimiento de propuestas innovadoras basadas en la colaboración y la coordinación. Cada persona que siente la necesidad de comenzar a ascender por el tronco en busca de las cerezas, lo hace muy solo, incluso escuchando voces en el entorno que le preguntan “a dónde vas, en pleno Invierno”…? 

Las comunidades de práctica tienen un itinerario al que llamamos de la semilla al ecosistema. ( Clickear enlace) 

Como ya hemos visto en la primera parte de este post. para que ese itinerario sea posible es esencial mejorar los niveles de intencionalidad compartida de las comunidades de práctica en relación a su entorno. El mecanismo que permite esa mejora, ese aunar visión y fuerzas, es hacer “pausas” o establecer lo que llamamos momentos, en los que el grupo se detiene antes de comenzar a andar, o de reanudar el camino, para establecer conexiones que permitan aunar saberes, reforzar compromisos, encontrar alianzas  y explorar colectivamente sentido y direcciones.

En el Programa “La Colaboración Expandida” observamos que en relación a esas pausas las comunidades de práctica no sólo debían tener un Momento Zero constituyente y un proceso de trabajo, sino que debían entenderse otros dos momentos/pausas imprescindibles para mejorar esa conectividad y esa intencionalidad compartida antes de comenzar o cerrar la COP. Se trataba de utilizar esas pausas, entre otras cosas, para abrir conversaciones con otros actores del sistema con los que ir co-produciendo valor social, valor de conocimiento y valor de uso, que son los tres factores sobre los que pivota en sus distintas fases un proceso de colaboración y que fortalecen la intención común. Estos dos momentos son:   

  • El Momento Compost o Momento PreZero. Es una especificidad propia del Programa “La Colaboración Expandida” casi desde su inicio.   El término deriva del latín compositus que significa «poner junto». El compost se usa en agricultura regenerativa. Nosotros lo usamos en la colaboración regenerativa. Se basa en que la materia orgánica aportada en el proceso de compostaje va nutriendo a los microorganismos y estos van alimentando lentamente a las plantas a lo largo de su ciclo vital. Por ello este momento se orienta a ese momento de preparación del campo antes de la siembra, desactivando prejuicios y sesgos sobre la colaboración, “juntando” nutrientes, creando un campo social de confianza, consensuando aspectos claves de apoyo y de naturaleza estratégica con las personas responsables… En definitiva se trata de sistematizar, ordenar, y enfocar metodológicamente todas las conversaciones previas a la constitución de la comunidad o Momento Zero. Es decir,  todas aquellas conversaciones que ayudan a mapear, identificar, contextualizar el marco del programa, consensuar, alinear, crear un lenguaje común, recoger   aportaciones para desarrollar el tema generador que activa la comunidad,… En esa fase PreZero hay una tarea esencial, que requiere de usar métodos de zahoríes: localizar y medir la distancia a la que se encuentra la fuente de agua, es decir, el potencial de colaboración y de alcance de la comunidad en su entorno antes de ponerla en marcha. Si esta fase se realiza bien, la comunidad pasa a su constitución habiendo creado un campo de confianza y de intencionalidad compartida – compost-, tanto hacia el interior como en relación a su entorno.  

  • El Momento Vértice. El otro momento que nos parece muy importante para mejorar los niveles de intencionalidad compartida es el que llamamos el Momento Vértice o momento final de la comunidad de práctica, en el que la comunidad revisa y comparte la nueva narrativa común y el valor que le ha añadido a las personas, a la propia comunidad y a su entorno con el trabajo realizado. Antes de activarse para un proyecto compartido, las personas de la comunidad estaban en un lugar, con una cartografía personal y colectiva en relación al entorno. La producción de un valor colectivo en forma de conocimiento, usos y prácticas, ha modificado la posición y las distintas líneas de conexión con ese entorno. Por eso el Momento Vértice es una conversación del grupo en el que diseña el nuevo mapa a partir de analizar el potencial conectivo y el alcance de los elementos que ha producido la comunidad. Ayuda a explorar itinerarios y procesos que permitan alinear y sumar fuerzas- de las instituciones y de las personas responsables- para continuar ese difícil desplazamiento desde la periferia hacia nuevas formas de centralidad. 

Estos dos momentos, cuando se realizan bien, ayudan mucho a mejorar el impacto de las comunidades y la viralidad de sus prácticas en el entorno. Pero no es suficiente. Necesitamos otros recursos e implicar a otros/as para continuar profundizando en la mejora de la intencionalidad compartida, porque sin ella la propuesta regeneradora de las comunidades de práctica queda debilitada. 

Estábamos preparados, nosotros/as, nuestras instituciones, nuestras comunidades, nuestros programas y formas de aprender o de planificar, para responder a un viejo paradigma, mecanicista, unicasual, estático, rígido, compartimentado, simplificador. Pero la realidad ha desbordado nuestros roles e instituciones y necesitamos un nuevo paradigma. El paradigma de lo relacional, lo orgánico, rizomático, y lo nómada aplicado a los modelos de análisis de la realidad, planificación, aprendizaje, innovación. Las comunidades de práctica aportan mucho de esto. Crean redes conversacionales y de construcción de conocimiento en los que las personas normales, sencillas, cumplidoras, y con saberes vinculados a lo inmediato, comparten y generan propuestas para la mejora de los servicios públicos. La mayoría de las veces eso es lo que necesita una organización – una sociedad, un lugar, un planeta…- para empezar a cambiar modelos y usos, hacer pausas en las que volver la mirada al lugar del que partimos, y donde nos enraizamos, para verlo por primera vez en su plenitud de significados y posibilidades. 

JOSÉ IGNACIO ARTILLO
ELISA RODRÍGUEZ
Equipo “En Comunidad. La Colaboración Expandida.” IAAP

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