Los Centros de Protección de Menores, esos grandes desconocidos

Por Beatriz Sánchez Gómez. Titulada Superior del Servicio de Protección de Menores. Delegación Territorial de Igualdad, Salud  y Políticas Sociales de Jaén.

No son pocas las ocasiones en las que en las noticias se refieren a los Centros de Menores en el contexto de las fechorías que ha hecho uno o varios adolescentes y que han supuesto su internamiento en los mismos. Se confunde así bajo una misma denominación a los centros de Protección de Menores y los Centros de Internamiento de Menores Infractores. Sin embargo, nada tienen que ver unos con otros. En el primer caso, el ingreso de los menores en los Centros de Protección se produce por encontrarse éstos en situación de desprotección y asumir la Administración su tutela mientras que el ingreso de menores en Centros de Internamiento se produce por sentencia o auto judicial impuesta por un juez o jueza de menores para el cumplimiento de una medida judicial.

Pero vayamos por partes, ¿cómo llega la Administración a la tutela de estos niños y niñas que están en desprotección?

La Junta de Andalucía tiene competencia exclusiva en materia de protección de menores, que incluye, la regulación del régimen de protección y de las instituciones públicas de protección y tutela de los menores desamparados y en situación de riesgo, siendo la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales el órgano directivo que la ejerce a través de la Dirección General de Infancia y Familias y las Delegaciones Territoriales de Igualdad, Salud y Políticas Sociales. En dichas Delegaciones se encuentran los Servicios de Protección de Menores.

El Servicio de Protección de Menores es una unidad administrativa constituida por: los equipos de menores, los equipos de valoración de idoneidad y acogimiento familiar y la coordinación de centros de protección de menores. Es en este último en el que yo desempeño las funciones como Pedagoga, en el asesoramiento técnico a los centros de protección de menores. A grandes rasgos las funciones que se desempeñan en el Servicio de Protección de Menores son el estudio de los expedientes de protección y la adopción de medidas, la valoración de las familias solicitantes de acogimiento familiar y gestión de la adopción tanto nacional como internacional, y la asignación de las plazas en los distintos centros de protección en aquellos casos en los que no puedan ser acogidos o no sea conveniente. El trabajo desde estos Servicios no es fácil, se conocen situaciones en las que niños y niñas están sufriendo distinto tipo de daños (psicológicos, físicos, emocionales, etc.) y requiere tomar decisiones que van a marcar sus vidas. No obstante, estas decisiones se adoptan desde la perspectiva del mejor interés de los menores y con la finalidad de evitar
que ese daño se siga produciendo o se agrave.

Paralelamente, es clave el trabajo que se realiza en los Servicios Sociales Comunitarios y los Equipos de Tratamiento Familiar con los que se ha de mantener una coordinación muy estrecha y constante y cuyo papel en la protección a la infancia y las familias es imprescindible para el bienestar de muchos niños y niñas. Igualmente, vinculados a los Servicios de Protección de Menores, colaboran diversas entidades, como las instituciones que colaboran en el acogimiento familiar y en la adopción, las entidades de titularidad privada y sin ánimo de lucro que colaboran en el acogimiento residencial, o las entidades que se encargan de los programas de mayoría de edad. Todas ellas, desarrollan un trabajo fundamental y necesario en la protección a la infancia.

En los Servicios de Protección de Menores suele haber personal especialmente sensibilizado con la infancia y comprometidos con las situaciones de maltrato. No obstante, y como análisis crítico personal, sería necesaria una mejora en la formación especializada de acceso a estos puestos y una cualificación permanente del personal adscrito a los mismos teniendo en cuenta la labor que se realiza y el “material” tan sensible que tenemos entre manos y que las decisiones que se adoptan determinan o condicionan las vidas de las personas menores de edad y sus familias. En no pocas ocasiones, sin embargo, el personal que ocupa esos puestos no tiene formación ni experiencia previa en el ámbito de la protección de la infancia y en la intervención con familias con problemas cuando se incorpora a los mismos.

La familia es indudablemente el medio más adecuado para el desarrollo de la infancia, sin embargo, existen determinadas circunstancias que hacen que ésta se convierta en un medio hostil, inadecuado y dañino para el crecimiento óptimo de niños y niñas. Las distintas situaciones de maltrato leve y maltrato moderado se abordan desde los servicios sociales comunitarios y los equipos de tratamiento familiar, cuando son susceptibles de intervención en el propio medio familiar para conseguir erradicar las carencias o minimizar los riesgos de dicho entorno, con la finalidad de que sus hijos e hijas puedan permanecer en el mismo con garantías de seguridad y protección. Cuando a pesar de esta intervención las condiciones familiares no mejoran y se produce un maltrato grave, los casos se derivan al Servicio de Protección de Menores para que se valore si el caso es susceptible de ser considerado o no, situación de desamparo. El desamparo es una figura jurídica que se puede adoptar ante determinados supuestos tasados según la legislación vigente, y se define como “aquella situación que se produce a causa del incumplimiento o del imposible o inadecuado ejercicio de los deberes de protección establecidos por las leyes para la guarda de los menores, cuando éstos queden privados de la necesaria asistencia moral o material”.

En los casos en los que se constata que un niño o niña se encuentra en situación de desamparo, la Administración de la Junta de Andalucía asume su tutela y se adopta una medida de protección consistente en acogimiento familiar o bien en acogimiento residencial. En el primer caso la medida supone la integración de una persona menor de edad en una familia y en el segundo caso, en un centro de protección de menores. Si alguien quiere conocer más esta figura y se está planteando acoger o adoptar, o conoce a personas que estuvieran dispuestas, puede obtener más información aquí. Muchos son los testimonios de familiares en los que expresan la gran satisfacción que les provoca el hecho de ayudar a estos niños y niñas ofreciéndoles su hogar, su cariño y sus cuidados. Es muy recomendable para conocer más acerca de la experiencia del acogimiento familiar, la visualización de algunos videos disponibles en la siguiente lista de reproducción.

Entonces, ¿qué son los centros de protección?

Son aquellos establecimientos destinados al acogimiento residencial de menores dónde conviven aquellos niños y niñas que se han declarado previamente en desamparo o dónde se les atiende de forma inmediata cuando se encuentren transitoriamente en una supuesta situación de desamparo. Los centros se denominan casas o residencias en función de sus dimensiones y pueden ser públicos o privados según sea su titularidad, siendo los directores y directoras de los centros de protección las personas que tienen delegada la guarda de los/as menores que se encuentran acogidos/as en ellos.

En los centros de protección de menores prestan servicio distinto tipo de profesionales, procedentes del ámbito de la psicología, la pedagogía, el trabajo social, o la educación social, fundamentalmente. También prestan servicio otros colectivos, sobre todo en los centros que son de titularidad pública, como monitores, personal de cocina y limpieza, administrativo, mantenimiento, etc. La organización y el funcionamiento del centro, la vida cotidiana y la intervención con los niños y las niñas responden a criterios educativos y de convivencia positiva mediante la que se ha de favorecer el pleno desarrollo de su personalidad y su integración social. Dentro de esta organización cobra especial relevancia la figura del educador/a-tutor/a asignado a cada menor en acogimiento residencial, que se convierte en la persona que le acompaña, le asesora, le facilita su integración en el centro, y, en general, está pendiente de todas sus necesidades.

En estas casas y residencias nos encontramos niños y niñas de distintas edades, si bien la tendencia es que no haya en ellos menores de 6 años dado que para éstos la medida que se considera más favorable es el acogimiento familiar. Los niños y las niñas permanecen en los centros mientras se resuelve su situación familiar, se adopta una medida más estable o cumplen la mayoría de edad. También conviven en los centros de protección los conocidos como MENAs, menores extranjeros no acompañados, procedentes de distintos países, aunque en Andalucía proceden mayoritariamente de Marruecos.

La vida en los centros responde a patrones de normalidad e inclusión, por lo que se relacionan con los distintos recursos del entorno en el que los centros están situados, yendo a colegios o institutos de la zona, acudiendo a distintas actividades extraescolares, participando de asociaciones o clubes deportivos, etc., como cualquier otra persona que conviva en una unidad familiar, en cualquiera de sus modalidades. Desde la perspectiva educativa, los menores que viven en los centros no tienen por qué presentar necesidades específicas de apoyo educativo, ni presentan todos las mismas dificultades, si bien muchos de los que llegan a los centros suelen llevar tras de sí una trayectoria de absentismo que les dificulta la consecución de los objetivos de aprendizaje y las competencias clave y la adquisición, posteriormente, del graduado en educación secundaria, encontrándonos una tasa de fracaso escolar demasiado elevada entre los jóvenes que se encuentran en
acogimiento residencial. En este sentido, se hace fundamental el apoyo que puedan recibir desde los centros escolares por parte de sus tutores, profesorado, miembros de los equipos de orientación educativa, orientadores, etc., cuya labor para superar sus dificultades y potenciar sus capacidades es crucial y favorecer o no, el éxito educativo de éstos. Por ello, es muy importante la coordinación con los profesionales que trabajan en los centros, y especialmente entre su educador-tutor o educadora-tutora en el centro de protección y el escolar.

Para quién quiera conocer más sobre la forma de intervenir desde el contexto educativo con estos niños y niñas puede resultarle muy interesante la lectura de la guía “Entiéndeme, enséñame”.

Desde el equipo de centros del servicio de protección de menores asignamos las plazas de acogimiento residencial para los niños y niñas que no van a familia (en muchas ocasiones los centros se encuentran llenos, a veces incluso colapsados -como viene sucediendo con la llegada de MENAs- y esta escasez de plazas supone una limitación en la asignación de las mismas), se revisan los programas educativos que se desarrollan en los centros, facilitamos la coordinación de éstos con otras instituciones y recursos como son los escolares, los sanitarios, etc., los programas de voluntariado y de prácticas académicas en centros de protección o el programa de mayoría de edad, entre otros. Resulta de especial relevancia el programa de familias colaboradoras que permite que niños y niñas que están en los centros y que no tengan salidas con sus familias biológicas puedan salir los fines de semana y algunos periodos vacacionales con otras familias con las que compartir tiempos de ocio y convivencia que les ayudan a tener la vivencia de familia y establecer otros vínculos afectivos y fraternales.

Para todas aquellas personas que quieran ofrecerse para ser familias colaboradoras podéis consultar más información aquí.

En algunas ocasiones, en Jaén, hemos podido ser innovadores y desarrollar proyectos, como el Forma Joven en Otros Entornos, realizado en dos ediciones y en las que se han formado a adolescentes procedentes del sistema de protección, jóvenes cumpliendo medidas judiciales y alumnado del Ciclo Formativo de Grado Superior en Integración Social, como mediadores juveniles en Salud para posteriormente, ellos mismos, impartir talleres en el ámbito de la promoción de la salud tanto en centros de protección como en recursos de justicia juvenil. Para ello fue necesario una importante labor de coordinación institucional entre los distintos ámbitos: juventud, justicia juvenil, educación, salud, etc.

Un resumen de la experiencia se puede ver en estos videos: Presentación del proyecto, Presentación de la metodología presencial llevada a cabo.

Una de las experiencias más gratificantes en los casi 13 años que llevo trabajando con los centros de protección de menores tuvo lugar el verano pasado cuando conseguimos que un grupo de jóvenes: dos chicos y dos chicas, participaran en un proyecto del programa Erasmus+ de la Unión Europea, en la Acción clave 1: Movilidad de las personas por motivos de aprendizaje. Se trató de un proyecto de intercambio juvenil centrado en la comunicación y la cooperación, aprender a trabajar juntos, resolver problemas y llegar a acuerdos, cuyo modelo de desarrollo estuvo basado en el “aprender haciendo” y el fomento de la iniciativa y capacidad emprendedora a través de la realización de numerosas actividades y retos que afrontar. En el proyecto, estos menores participaron junto con 50 jóvenes de otros diez países de la Unión Europea y valoraron la experiencia como muy positiva, enriquecedora y satisfactoria. Tuvieron la oportunidad de ser ellos mismos sin la etiqueta de ser “chico/a de protección”. Fueron muchos los trámites que hubieron de realizarse y los permisos necesarios pero mereció la pena. Es destacable que el proyecto salió adelante por la implicación de distintos profesionales y la organización de envío acreditada en Jaén: “Colectivo Gentes” quienes desde el principio demostraron su apoyo y predisposición a que este proyecto saliera adelante.

Más allá de estos proyectos, los cuáles han sido algo extraordinario, siempre es muy satisfactorio encontrarnos ya como personas adultas, independientes y autónomas, a chicos y chicas que han salido de los centros de protección. Comprobar cómo a pesar de las dificultades y situaciones adversas que les ha tocado vivir son capaces de superarlas y con su constancia y tesón labrarse un futuro. No obstante,en la otra cara de la moneda, también nos encontramos con casos que tras llegar a la mayoría de edad vuelven a entornos de marginalidad, delictivos y de exclusión, lo que nos produce una gran tristeza y frustración. Y otros, en los que la historia vuelve a repetirse con los propios hij@s de chic@s que en su día fueron tutelad@s.

Sin embargo, lo que más me gustaría destacar del trabajo en el ámbito de la atención a la infancia es que cada vez en mayor medida los profesionales que trabajan con niños y niñas desde los distintos entornos: escolar, sanitario, etc., están más sensibilizados y responsabilizados en el papel de protección que deben adoptar dado que son contextos privilegiados para detectar casos de maltrato infantil e intervenir para conseguir actuaciones de buen trato en las familias. Y así, poco a poco va calando que toda la ciudadanía es responsable en la protección de la infancia.

Como ya dijera Oscar Wilde: “el medio mejor para hacer buenos a los niños, es hacerlos felices”.