Roma

 

Por Juan Pedro Aguilera París Tramitador procesal y administrativo de la Sala Contencioso-administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, sede de Málaga

Con un blanco y negro limpio y su escalera de grises, con una luz que sacraliza la cotidianidad, sin música incidental que distraiga, Alfonso Cuarón (‘Gravity’, ‘Hijos de los hombres’, ‘Y tu mamá también’) firma el retrato de un barrio y una época de México, la de su infancia, con un acentuado discurso de clase y raza, y una mirada poética que recrea una difícil etapa de la vida de una familia numerosa y una de sus criadas, Cleo, una indígena mixteca que desborda humanidad y representa la normalización de la injusticia.

Cuarón hace un esfuerzo por mezclar la realidad y la ficción y firma un excelente guion repleto de imágenes al mismo tiempo líricas y descriptivas, quehacer propio del cineasta clásico que abundando en lo concreto logra adentrarse en lo universal.

Late en la cinta la impagable deuda contraída por el mexicano moderno con su madre indígena, con su sencilla sabiduría y su trabajo. El tempo sereno, el lentísimo movimiento de la cámara (a veces como un astro en órbita o rotación), el tratamiento de la intensidad del sonido, la luz voluminosa, los estudiados y detallados encuadres, nos acercan a la intimidad familiar de Silvia, una mujer con cuatro hijos aparentemente bien situada, y nos sumergen en la silenciosa existencia de su criada Cleo, una dulce criatura que pide poco a la vida, dos mujeres que se verán enfrentadas a sus particulares e inesperados problemas en la orilla de la vida que les ha tocado en suerte.

La película es un homenaje a la mujer y una condena de la conducta del hombre. Está llena de bellas imágenes simbólicas que explican la trama, bien a través de detalles que ratifican o expresan las emociones de los protagonistas, bien a través de escenas que nos amenazan con oscuros presagios que en muchas ocasiones se cumplen.

En este sentido, las relaciones entre los muchos conceptos presentes en el film, a veces contrapuestos en una misma escena, la convierten en una obra rica y visualmente sugerente, al mismo tiempo sincera, con apenas trampas, de una formalidad casi bressoniana.

Se describen dos desilusiones paralelas, la de Cleo y la de su señora Silvia, abandonadas cada una en su espacio y en su tiempo, siempre solas entre el inmenso ruido del mundo. Mujeres que se ven obligadas a desarrollar su fortaleza y que se enfrentan en solitario a la adversidad, al egoísmo y a la brutalidad de los hombres.

La obra atesora gran cantidad de símbolos visuales, algunos obvios, otros misteriosos, y hace gala de muchos diálogos e imágenes premonitorias, manteniendo al mismo tiempo un escrupuloso retrato de época, por ejemplo recreando en una gran secuencia la masacre conocida como el Halconazo, sin olvidar las referencias a la dualidad campo-ciudad, y por supuesto la implícita y contundente denuncia de las desigualdades de género, de clase y de raza.

Secuencias memorables, como la de la sala de cunas, o esa en que Cleo rompe aguas, o la del paritorio, o la de la playa, o la del cine, o la del ‘gusto por estar muerta’, o la de la llegada de Cleo al pueblo de Fermín y tantas otras. Una obra que habla muy bien con la imagen, con serenidad y discreción pero con contundencia, a través de una cámara elegante y escultórica, que reflexiona también sobre lo difícil y extraordinario que es encontrar nuestro sitio en la vida.

 


Puedes encontrar más artículos sobre aficiones y ocio en nuestra sección de Tiempo Libre. Y un montón de cosas más en cada uno de nuestros números.