Un inspector de Consumo

Ser inspector de Consumo, como todo trabajo, tiene sus pros y sus contras. Afortunada la gente que sabe encontrar los primeros  y capear las segundas

Por Juan José Narváez Ledesma. Inspector de Consumo.

 

 

Cuando te piden que hables de tu trabajo y eres padre de dos hijas, uno piensa si es el trabajo que querías hacer cuando de pequeño te preguntaban. A voz de pronto, tengo que responder que ser Inspector de Consumo de la Junta, no era mi respuesta. Creo, además, que si con 5 años lo hubiera respondido habría quedado un poquito repelente. Cuando me lo preguntaban, yo respondía que maestro de escuela, aunque secretamente quería ser como “Leroy Johnson”, el actor-bailarín de la serie de los 80, Fama. A mi padre, policía de profesión, no le convencía mucho lo de maestro, porque a él le hubiera gustado que respondiera policía, pero así son los hijos de ingratos.

Volviendo al presente, sí, vale, lo estoy admitiendo, mi trabajo actual no es mi vocación infantil. Es más, hace años ni siquiera me lo planteaba como una posibilidad. Y es que es un trabajo peculiar y diferente a todo lo que antes había hecho en la Administración y en la empresa privada. Lo más parecido ha sido trabajar en un servicio de atención al ciudadano. Tratar con público es algo que odias o te encanta, pero desde luego no te deja indiferente. Y a mí me encanta. Pero este trabajo es distinto: eres tú el que entras en el espacio de los demás y no sabes con quién te vas a encontrar. Seguro que estás pensando que cuando atiendes al público en una oficina tampoco lo sabes. Y tienes razón, pero la diferencia es que en la oficina estás en tu terreno mientras que cuando vas de inspección, eres el extraño y no te esperan. Para colmo los inspeccionados están trabajando y tú no vas a darles un regalo precisamente. En el mejor de los casos, se van a quedar como están pero un poco más nerviosos.

No obstante, este trabajo me está permitiendo recuperar parte de mi vocación infantil y un poco los deseos de mi padre. No, no entro bailando en los comercios, aunque a lo mejor algún día lo pruebo para rebajar la tensión del momento. Lo digo porque en nuestro trabajo somos “agente de la autoridad” y llevamos una identificación con número, aunque según mi padre eso no es una placa, placa. También, este trabajo me está permitiendo demostrar mis dotes interpretativas, porque en determinadas actuaciones trabajamos de incógnito, sin identificarnos previamente como inspectores. Y me gusta inventarme historias cuando busco pisos en las inmobiliarias, aunque creo que como actor no tengo mucho futuro porque una inspeccionada, cuando me identifiqué como inspector, me respondió que ella ya lo sabía porque yo tenía cara de inspector desde que entré por la puerta. Desde ese día ya no entro con maletín, ahora utilizo una mochila, más casual.

No entiendo muy bien qué es tener cara de inspector aunque ya tengo cara de varias cosas. Una vez, una usuaria del servicio de atención pidió a una compañera que le atendiera yo, que era el único que tenía cara de ser “medio espabilao”. Y mi madre me dice que tengo cara de bueno.

Otra faceta que me gusta resaltar de mi trabajo es la de maestro, porque me paso las inspecciones explicando cómo tienen que arreglar las cosas los inspeccionados o en qué consisten las normas que se supone que deben conocer. Y es que intento que la inspección sea lo más agradable posible. La educación y el boli con el que escribo las actas, es lo último que se debe perder.

Este trabajo, además, me está permitiendo mejorar mis dotes de comunicación, sobre todo los en los bazares orientales. He aprendido que los dependientes orientales entienden muy bien frases del estilo “estoy buscando, un mando de la tele universal compatible con teles Smart tv” pero le cuesta más entender frases como “soy inspector de consumo” “¿quien es el dueño?”, “¿tienes libro de hojas de quejas y reclamaciones?”. También he aprendido a escribir apoyándome sobre cualquier cosa y me encanta ver a las clientas hablando con ellos, preguntando a voces al dependiente oriental si tienen “bragas fajas” y explicando con gestos a qué se refiere.

En el fondo, creo que es el trabajo perfecto para ver la realidad de la sociedad. Algunos legisladores deberían venirse con nosotros antes de redactar las normas, lo mismo las harían mejor y también podrían comprarse bragas, fajas,… buenas, buenas.

FIRMADO INSPECTOR Nº 29-2019

 


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