MIENTRAS DURE LA GUERRA

 

 

 

Juan Pedro Aguilera París, tramitador procesal y administrativo de la Sala Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, sede en Málaga, analiza y da su opinión sobre la última película del director hispano chileno Alejandro Amenábar.

Definir un país es imposible, pero podemos, y debemos, intentar reconocer sus rasgos más sobresalientes para planear un futuro mejor. 

Un país está esencialmente formado por sus habitantes, cada uno con sus propias experiencias e ideas (normalmente ingeniadas por otros), por lo que podría decirse que la idea integral de España sería algo así como la sumatoria de todos los relatos de país de los españoles, uno de los cuales, como es el presente caso, pertenece a Amenábar. 

Algunos de esos relatos son más exactos y razonables que otros y normalmente todos se mezclan sin descanso y sin cuidado en la hormigonera de las tripas con emociones mediocres y oscuras.

Todos los relatos se parecen mucho entre ellos porque constantemente se exponen a los reiterativos argumentos que los más poderosos imponen a través de los medios de comunicación de masas. Por ello es necesario proceder con cautela y narrar y leer la Historia con inteligencia, serenidad y objetividad y no con necedad, exaltación y parcialidad. Amenábar lo intenta en esta obra, con algunas imposiciones y sin prescindir de las licencias que le otorga la ficción, y en las escasas dos horas que dura la cinta logra esbozar un retrato de país y señalar algunas de sus más profundas heridas.

El director chileno-español pone casi todo para conseguirlo; es productor, guionista, por supuesto director, compone la banda sonora y se centra en describir un momento crucial de nuestra Historia a través del maniqueo mito, por cierto a menudo hecho realidad, de las dos Españas, un mito creado para justificar deleznables conductas que causaron, causan y me temo que seguirán causando todo tipo de desdichas.

Amenábar utiliza como epicentro de su emotivo discurso el famoso y también mitificado desencuentro entre Millán Astray y Unamuno en octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, hacia el que sin pudor se dirigen todas las líneas argumentales. Dos personajes que manifiestan de muy diferente modo el amor y la preocupación por el destino de su país, dos personajes que representan la larga lucha entre la razón crítica y autónoma y la pasión fanática y partidista, una lucha que en realidad todos libramos en nuestro interior.

Eduard Fernández borda el papel del general Millán Astray, fundador de la legión y de Radio Nacional de España, relativamente fácil de interpretar por su histrionismo, por su potencia cómica y dramática, mientras que Karra Elejalde es capaz de lidiar con sobrado talento con todos los matices de la rica personalidad del escritor y filósofo vasco. En principio el relato histórico parece sustentar el conflicto emocional pero pronto ambos se equilibran. Con su estilo clásico, elegante y aparentemente fácil, Amenábar guioniza con destreza y rueda con economía el modo en que Franco y sus secuaces se hicieron con el poder absoluto de España pero sobre todo se esmera en retratar al legendario y complejo Unamuno como un hombre víctima, igual que la mayoría de los españoles, de las enrevesadas circunstancias de su tiempo pero, a diferencia de la mayoría, fundamentalmente inclinado a decir la verdad.

Los hombres no están solos, sus actos dependen de quienes les rodean y del ambiente que frecuentan, por eso es tan importante saber elegir dónde y con quién vivir, por eso es preferible vivir rodeado de libros y no de estupidez partidista, por eso es tan importante colocar las armas en manos de la inteligencia.

Ver esta película siendo conscientes de todas las consecuencias que se derivaron de los hechos en ella narrados es un acto cargado de emoción, entre otras cosas porque Amenábar se afana en hilar fino las emociones que median entre los personajes y las consecuencias históricas implícitas en sus conductas. Digamos que la obra duele pero merece la pena asomarse a una pantalla que se ocupa con solvencia cinematográfica de nuestra Historia en lugar de la norteamericana, y gracias a ella reflexionar y hacerse el propósito de observar el presente y el futuro con serenidad e inteligencia crítica, libres de rencores y dogmatismos.

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