RAFAEL DEL RIEGO Y SU EPOPEYA ANDALUZA

José Berdugo Romero, Asesor Técnico de Procedimiento del Servicio de Consumo de Málaga, nos introduce en la vida de un militar asturiano quizás injustamente poco conocido.

Una de las imágenes más conocidas de Rafael del Riego. (Fuente: Wikipedia)

Rafael del Riego Flórez (1784-1823), Riego a secas tal como fue conocido, vitoreado o denostado en el tiempo en que le cupo protagonizar los hechos que hoy contamos, fue un militar, teniente coronel a mayor abundamiento, que protagonizó un golpe de estado contra el poder constituido. Para aquellas personas que desconozcan esa historia pero vivan en este mundo nuestro de hoy el hecho desnudo no les sonará demasiado bien por paralelismos que resultan obvios y que nos retrotraen a solo unas décadas atrás. Pero a la que se haya hojeado, siquiera sea mínimamente, la controvertida, hasta cierto punto oscura, tal vez farragosa, pero no por ello menos interesante Historia de España del siglo XIX, su nombre evocará tintes más positivos porque la historiografía liberal se encargó, ya en la propia decimonónica centuria, de rescatar del oprobio absolutista al que para el liberalismo era el héroe de las Cabezas. Hasta tanto llegó su fama que el Himno que lleva su nombre lo fue de España durante el corto periodo en el que se convirtió en uno de sus más egregios protagonistas: el Trienio Constitucional, y en tiempos de la Primera y, por supuesto, de la Segunda República.

La fama y trascendencia popular del personaje le vienen, precisamente del gesto que apuntábamos para principiar este escrito: su pronunciamiento contra el poder establecido; porque Rafael del Riego, al frente del Segunda Batallón asturiano que estaba acantonado en las Cabezas de San Juan (Sevilla) se atrevió a levantar la bandera de la Constitución y las libertades frente al todopoderoso monarca absoluto que las había derogado en 1814, seis años antes de estos sucesos.

Reponer la Constitución de Cádiz, la “Pepa” como era conocida en toda España por aquello de su aprobación en la onomástica de San José, se había convertido en el anhelo y la meta de buena parte de la nación que fiaba en su restauración el fin de la decadencia y la pobreza que todo lo invadía tras las severas destrucciones de la invasión napoleónica, los seis años de guerra que le siguieron y el caótico, represivo e ineficaz gobierno de Fernando VII en el denominado sexenio absolutista. Si había una institución que pudiera tener medios para revertir la situación esa era el Ejército, donde el monolitismo aristocrático del Antiguo Régimen había dado paso a una oficialidad en la que, al calor y por el mérito de los hechos bélicos recientes, proliferaron los individuos provenientes de clases burguesas y populares como Espoz y Mina, José María de Torrijos, Antonio Quiroga o el propio Riego, mucho más proclives a los cambios políticos que supusieran un avance democrático respecto al entramado militar elitista del Antiguo Régimen.

Y he aquí que encontramos a nuestro protagonista a finales del año 1819 esperando junto a su batallón a que, como muchas otras unidades militares de un ejército de 20.000 soldados, el gobierno absolutista pudiera embarcarlos y llevarlos a luchar en las guerras de independencia hispanoamericanas. Malditas las ganas de guerra de aquellos soldados, mal equipados, peor alimentados y con el miedo latente en los cuerpos al ver desembarcar, día a día, a los múltiples heridos que venían de luchar en una lejana guerra tan sangrienta como difícil de mantener. La situación parecía ser propicia para un militar imbuido de un liberalismo mamado en sus años de prisión en Francia, una década antes, cuando fue apresado en una de las batallas de la guerra contra Napoleón, la que tuvo lugar en Espinosa de los Monteros en 1808. A sus ansias de libertad unía su militancia en la masonería, uno de los principales movimientos de oposición al absolutismo, y, por supuesto, el no saberse solo. Desde hacía algunos meses varios compañeros de armas, entre los que destacaba el Coronel Quiroga, coincidían con él en la necesidad de poner fin a todo aquello y pronunciarse por el régimen constitucional que había de sacar a España de aquel oprobio en que la mantenían los “serviles”, y juntos habían acordado coordinarse para ello. Contra viento y marea, a pesar de traiciones, de espías y contratiempos, Riego estrenó mes, año y década proclamando ante sus tropas unas palabras para la libertad y, cómo no, para la posteridad:

“España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la Nación. El Rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución, pacto entre el Monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda Nación moderna. La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz, entre sangre y sufrimiento. Mas el Rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el Rey jure y respete esa Constitución de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles, de todos los españoles, desde el Rey al último labrador. Sí, sí, soldados: la Constitución. ¡Viva la Constitución!”

A partir de ahí no había marcha atrás porque bien sabía el teniente coronel cómo se las jugaba Fernando VII con los que previamente habían intentado lo que él: con el ahorcamiento del mariscal Juan Díez Porlier o con el fusilamiento del General Luis Lacy y Gautier. Así pues, al mando de unos mil quinientos soldados, Riego comienza la epopeya que hoy queremos narrar poniendo rumbo a Cádiz, donde había de converger con el Coronel Quiroga, para tomar la ciudad que vio nacer la tan anhelada Constitución.

Llegados a San Fernando, tras pasar por Arcos de la Frontera, en las puertas mismas de la capital gaditana la inesperada resistencia gubernamental impidió los propósitos de los sublevados. Sin duda la dificultad de tomar un bastión que ni el propio Napoleón había podido con su inmenso ejército debió mermar los ánimos de los constitucionalistas que, escasos de víveres, pertrechos y dinero comisionaron al propio Riego para que, al frente de su columna de 1500 hombres, intentara los oportunos abastecimientos en los alrededores geográficos de ciudad de Hércules. Así, el 28 de enero Riego, ascendido ya a coronel, avanza hacia Chiclana y va atravesando, pueblo a pueblo, buena parte de la provincia, proclamando aquí y allá la Constitución hasta llegar a Algeciras que le da una bienvenida espectacular el 1 de febrero. Es allí donde Evaristo de San Miguel, oficial del batallón y que terminará siendo, además de militar, prolífico escritor y político años después, compuso el famosísimo Himno de Riego del que hablábamos al principio y que contiene versos tan hermosos como el que, refiriéndose a nuestro protagonista, dice:

Su voz fue seguida,
su voz fue escuchada,
tuvimos en nada
soldados, morir;
Y osados quisimos
romper la cadena
que de afrenta llena
del bravo el vivir

De Algeciras, avisados por Quiroga que se encontraba en apuros militares, hubieron de volver hacia San Fernando, pero la potencia de las tropas del enemigo que cercaban la Isla de León hicieron retroceder a Riego que decidió volver hacia el este, en busca de una Málaga de reminiscencias liberales y donde se presumía que serían bien recibidos. Así pues pueblos como Vejer, Jimena de la Frontera, Alcalá de los Gazules, Los Barrios, Estepona, Marbella, etc. fueron jalonando el camino a la capital malacitana de una columna que venía seguida de cerca de las tropas absolutistas del General O’Donnell que les iban hostigando con frecuencia pero sin llegar a plantar batalla abierta. La tropa, cada vez más mermada por las bajas y los abandonos, pero henchida de épica, cruza el Guadalhorce “a la caída de la tarde”, “con el agua a la rodilla” y “cantando el imno (sic) guerrero”, como llamaban a la canción de Riego. Es la fría y lluviosa tarde del 18 de febrero y tienen Málaga ante sus ojos. Desde el oeste se adentran en una ciudad abandonada por las tropas realistas de su Gobernador, mas sin mostrarse patentes los ánimos de los liberales malagueños, como se esperaba. Pero aunque se tomó la ciudad sin mayores problemas, los ataques cada vez más frecuentes y cruentos de O’Donnell, que le pisaba los talones, hicieron que Riego tomara la decisión de tomar las de Colmenar y continuara su deambular por la geografía andaluza, con cada vez menos hombres, extremadamente cansados, sin los pertrechos adecuados y en pleno invierno. Los siguientes lugares que verían pasar las tropas de nuestro protagonista fueron Antequera, Campillos, Teba y Cañete la Real, donde llegan el día 24 de febrero. De ahí parten a Ronda donde se vuelven a suceder las escaramuzas contra los absolutistas al día siguiente, lo que, una vez más, les obliga a seguir el lento peregrinar. Llegan a Grazalema el día 1 de marzo y allí la tropa debía estar tan desaliñada que el propio Evaristo San Miguel reseña que de ese pueblo, que les acogió muy gratamente, recibieron “un pantalón cada soldado, lienzo para una camisa y un número considerable de zapatos”. De ahí continúan el agotador periplo que les lleva ahora por Puerto Serrano, Montellano y Morón, donde se les unen, para alivio momentáneo, algunos soldados del cuerpo de dragones que allí acampaban. Pero hasta allí llegó, también, toda la división de O’Donnell, cuyas fuerzas eran ya tremendamente superiores. Aun así Riego resiste en el Castillo de Morón brevemente, aunque en la madrugada del 5 de marzo tiene que salir, a marchas forzadas y a costa de muchas pérdidas humanas, hacia Villanueva de San Juan, donde llega con un contingente de sólo 400 hombres que, a pesar de todo, resisten contra viento y marea una marcha tan angustiosa como heroica. En días que parecen no tener fin van atravesando las tierras y los pueblos del este de la provincia de Sevilla como Gilena o Estepa. Entrados en la provincia de Córdoba por  Puente de Don Gonzalo (Puente Genil), recorren los términos de Aguilar y Montilla, decidiéndose a hacer el inevitable paso por el Guadalquivir en la misma ciudad de Córdoba, donde llegan el día 7. Las tropas realistas allí presentes huyen, en algún caso, o se mantienen neutras, en otros, permitiendo el hecho, que debió resultar cuando menos conmovedor, de ver toda una ciudad salir a las calles para contemplar, con curiosidad y en silencio, eso sí, a los ya solo 300 desarrapados soldados que al mando de aquel Rafael del Riego y perseguidos por todo un gran ejército, cruzaban sus calles de forma marcial y cantando el consabido himno que pronto iba a resultar tan conocido. 

Castillo de Morón, donde Riego resistió del 4 al 5 de marzo. (Fuente: Ayuntamiento de Morón de la Frontera)

La marcha, en realidad ya casi una huida a ninguna parte, debía continuar. Pasando por Bélmez llegan a Fuenteovejuna el día 10 (la de resonancias de libertad que debió producir en la reducida tropa el nombre de aquel pueblo). Allí son de nuevo hostigados por los contingentes de O’Donnell con lo que han de retirarse por el camino de Azuaga y salen, al fin, de una Andalucía que habían recorrido durante casi dos meses y cientos de kilómetros. El poco tiempo más que la columna continúa su largo deambular, ahora por las tierras de Extremadura, concluirá a las 4 de la tarde del día 11 de marzo cuando lleguen a Bienvenida y Riego reúna a los 30 oficiales y 50 soldados que le quedan. Allí apenas tienen noticias de lo que entretanto había pasado en el resto de España aunque sí que les llegan nuevas de una rebelión en Galicia, solo eso. Escasa información para lo que en realidad estaba pasando. Entre llantos el grupo se disuelve porque Riego les conmina a marchar por sus propios medios y de la forma más incógnita posible bien a San Fernando, bien a Galicia para unirse a la rebelión. Solo unos pocos continuarán con nuestro protagonista durante algún día más hasta que también han de separarse para posibilitar una huida más fácil del acechante enemigo. El día 13 marzo, solo, hambriento, sucio y enfermo, creyendo muy probablemente que todos sus esfuerzos habían sido vanos, Riego ve aparecer la figura del ayudante del Batallón de Asturias, Baltasar de Valcárcel, que le encuentra en la aldea de Gil Márquez, cerca de Almonaster la Real. Podemos imaginar la escena y casi el diálogo que entablaron. El subordinado, marcialmente y con la emoción que le embarga, comunica a su coronel que las noticias de su épica marcha por Andalucía han tenido una resonancia nacional, que su llamamiento constitucional del 1 de enero en las Cabezas de San Juan ha ido siendo secundado primero en La Coruña y otras ciudades gallegas, luego en Zaragoza, en Barcelona, Pamplona, Cádiz,…, y que el propio rey, que ya ha dejado de ser absoluto, no ha tenido más remedio que anunciar su juramento a la Constitución hace una semana. En una España sin periódicos (prohibidos por el régimen), con malas comunicaciones y peores desconfianzas, las noticias tardaban demasiado en llegar, pero, a destiempo y casi en un último aliento, estas llegaron al coronel Rafael del Riego. 

 Itinerario seguido por la columna de Riego

Reanimado por las buenas nuevas que le trajo su leal Valcárcel, nuestro militar reemprende su camino que ya no es huída. Se dice de marchar a Sevilla para tener exacto conocimiento de todo, pero al día siguiente, su salud se quiebra y ha de permanecer en el Andévalo durante casi una semana, postrado en cama y delirando. Pero la alegría que debía sentir por el éxito inesperado le devuelven la salud y se apresta a entrar en la capital de Andalucía lo más pronto posible. Desde Sanlúcar la Mayor se desata la locura: miles de personas, sabedoras de la presencia del ya famosísimo héroe, le reciben por cuanto pueblo o aldea atraviesa, y cuando llega a la gran urbe hispalense, las calles aparecen engalanadas y las multitudes, ya no silenciosas como cuando atravesó Córdoba, sino alegres y alborotadoras, reciben al “campeón de la libertad”. El día 19 de marzo, festividad de San José y octavo aniversario de la proclamación de su tan querida Constitución, Rafael del Riego entra en Sevilla como héroe legendario.

Lo que sigue es ya otra historia: el nuevo régimen que nuestro protagonista ayuda a crear en España entre 1820 y 1823, no fue perfecto porque era imposible que lo fuera. Instaurar una constitución democrática (para los parámetros de entonces) en una España recién salida del absolutismo, en quiebra casi total y con una entorno europeo radicalmente reaccionario era poco factible. Pero los españoles (al menos una buena parte de ellos) lo intentaron en una época en la que fuimos el único país con un régimen auténticamente liberal de Europa y de ello tal vez debamos sentir un cierto orgullo del que no andamos sobrados. Y como andaluces todo ello podemos duplicarlo porque, al cabo, fue nuestra tierra el escenario donde se jugó aquella partida que a lo largo de todo el invierno de 1820 tuvo en vilo los destinos de una época, una auténtica epopeya de la que entre el 1 de enero y el 19 de marzo de 2020 se cumple el segundo centenario.

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