Un Pañuelo de Colores

Por José Carlos Mena Sánchez, Titulado Superior en la Delegación Territorial de Empleo, Formación y Trabajo Autónomo de Sevilla.

Se sentía observada cada día, entre murmuraciones y pesares, pero no se escondía en absoluto, pues miraba cara a cara a su suerte y levantaba la vista al cielo brindando por su destino. Sí, el pañuelo de colores llamativos que llevaba anudado en la cabeza también ayudaba pero había aceptado aquel desafío y estaba dispuesta a darlo todo por la victoria. Nada la afectaría en aquel viaje.

¡Claro que la vida no da nada de balde! y las heridas dejan cicatrices perpetuas en el fondo del alma. El camino es tortuoso y la lucha demasiado cruenta como para pasar inadvertida. Ella sabía de sobra cómo se las gasta el tiempo, taimado y astuto, y lo comprobó cuando se dio de bruces con el diagnóstico temido, tras la rutinaria mamografía. 

– Tienes cáncer -sentenció el médico.

Silencio, solo hubo silencio y vacío. Vértigo, náusea y una sensación de que todo terminaba. Incertidumbre en el estómago y una punzada de zozobra en la garganta. Tenía cáncer y ya nada parecía tener sentido ¿Qué pasaría a partir de aquel momento? ¿Qué le depararía el futuro?

No, no fue fácil en absoluto. Lo que tenía por algo lejano e improbable, se convirtió en tremendamente familiar y conocido. El cáncer la había atrapado de lleno, colmando su armario de temores y escalofríos.  El sentido, en aquel momento, quedó anestesiado y los proyectos dieron paso al desierto de la duda. 

¿Esperanza? Una tabla débil a la que agarrarse, una ilusión austera o una quimera. Los temores retorcían la razón y el miedo se hacía presente por doquier. Una diagnóstico temido, un término malsonante, una consulta gélida y un futuro incierto. 

¡Y todo se vuelve banal! Palabras y más palabras que resonaban en su mente. Miles de consejos y gestos amables para hacer más llevadera la carga y mitigar la angustia, pero nada de eso la aliviaba. La carga, y no sabía cómo, sólo podría llevarla ella, con su coraje y determinación. El reloj ya no contaba y se presentaron momentos duros, demasiados duros como para permanecer impasible. 

El temporal, negro y furibundo, empezó a soplar sin tapujos en los pasillos asépticos de la clínica. Pruebas, extracciones, el maldito quirófano y la prisa, siempre la prisa. Todo se desmoronaba a su alrededor, la luz se apagaba y la quimioterapia la esperaba sin remedio para hacer de las suyas en aquellas sesiones maratonianas. Tortura repleta de sinsabores, llanto y un lamento constante que nublaba la razón.

Miradas extrañas, compasión en los gestos y rayo de luz que se tamiza a través de la ventana de la habitación. Un ardor en el espíritu y un apetito borrado de golpe, en el hálito inconfundible del hospital.

¡Hasta cuándo podría soportar! Pensaba cada noche después de caer rendida en la cama. Parecía que había luchado con cien titanes dispuestos a desmembrarla. ¡Hasta cuando duraría la refriega! Ella notaba que, poco a poco, las fuerzas se le escapaban, que se vaciaba. Pero no quedaba más remedio que continuar, hasta el último aliento.

Y es cierto. A pesar de la solidaridad y las buenas manos, de la comprensión y las tiernas miradas, nadie le dijo que fuese fácil. Estaba sola ante el monstruo y sus efectos devastadores. Amaneceres odiosos, arcadas de impotencia y dolores por todo su cuerpo. Incluso su hermoso cabello desaparecía sin dilación, sin pausa y sin dar tregua alguna. No quería ver a nadie, no quería salir a la calle, no tenía fuerzas ni espíritu para luchar. 

Pero un buen día, como surgiendo de la nada, el ímpetu llamó a su puerta en forma de resiliencia, aquella palabra mágica que le había enseñado un amigo en un libro y que jamás hubiera conocido en otras circunstancias. El ser humano se rebela ante las tempestades y saca lo mejor de sí para evitar la derrota y continuar caminando. Empezó a ver un mundo repleto de matices y oportunidades. Se levantó con fuerza y decidió poner toda la carne en el asador. No contemplaba la derrota.

Pues los caminos son inescrutables, infinitos y misteriosos. Sabes cuándo empiezan pero no cuándo ni dónde terminan. Tan solo tienes que caminar  evitando los tropiezos y, cuando no es posible, la caída; cuando el tropiezo se presenta, tienes que levantarte con fuerza, aprender de los errores y afrontar la nueva jornada con entusiasmo. Es el secreto de la vida. Caminos que nunca terminan, caminos que te sorprenden, caminos por descubrir y por empezar.

Sí, se equivocaba por completo, pues no acababa allí su periplo, más bien lo contrario: todo empezaba en aquel cáncer de mama; su nueva andadura, el nuevo misterio, el desafío constante y la llamada a rebato. Todo bajo el dintel resoluto de aquel tratamiento invasivo, bajo la lluvia fina de pinchazos, dolores y quebraderos de cabeza. Pero no podrían con ella, jamás la vencerían.

Decidida y repleta de energía positiva, en una de las treguas que da la maldita “quimio”, acudió presta y veloz a una tienda de complementos que había en su barrio. Se fijó de inmediato en un pañuelo repleto de bonitos colores que invitaban al asombro y a la sonrisa. Aquel sería su uniforme, su armadura, su casco protector y su bandera. Enarbolaría aquella paleta colorida en su cabeza, anudando la ilusión y mostrando su resiliencia más absoluta.

Allí estaba, caminando y sonriendo por la vida, con un lazo rosa prendido en el pecho, llamando la atención de los viandantes y diciendo para sus adentros:

  • Sí, mirad mi pañuelo de colores, los mismos del arco iris pues estoy llena de vida y pienso disfrutarla al máximo. Ni siquiera este cáncer de mama me detendrá. Sí, soy una entusiasta luchadora y pienso seguir haciendo camino.

Se sentía viva, muy viva y estaba dispuesta a darlo todo, a sentirlo todo, a luchar por cada instante, por cada detalle. Quería disfrutar de cada momento, sin dar su brazo a torcer, haciendo lo imposible para conquistar la cima. Esfuerzo, perseverancia y audacia para escalar la montaña y alcanzar la cima. 

Y aquel pañuelo, como un halo de esperanza renovada, la llenó de valor y entereza para dominar la situación y construir su castillo con las piedras de su sendero, una fortaleza imponente e infranqueable. Colores para una vida y un pañuelo para adornar la belleza, disfrutando del paisaje.

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