La intervención terapéutica con víctimas de maltrato psicológico materno

Mary Cassatt - El peinado

Por Mª Remedios Fernández-Amela 

Psicóloga Especialista en Psicología Clínica y Doctora en Psicología. Centro Hospitalario de Jaén. Servicio Andaluz de Salud.

“No hay nada comparable al amor de una madre hacia su hijo” es algo que se asume como un  principio que rige la vida social y familiar en la especie humana. 

Se supone que las madres son el paradigma de los seres abnegados y desinteresados. También se  supone que protegen a sus hijos de todo tipo de riesgos, siendo capaces de dar la vida por ellos. Sin  embargo, la idea de la maternidad como el mayor signo de abnegación y altruismo se ha ido  desmoronando en las últimas décadas. Esta caída en picado de los cimientos de la sociedad ha tenido por  una parte una respuesta institucional con la creación de los Equipos de Tratamiento Familiar (ETF) en el  ámbito de actuación de la Junta de Andalucía, pero por otra parte, a todos los niveles de intervención, se  ha hecho un gran silencio: no estamos preparados para ver que una madre puede no ser como se espera,  según el prototipo aceptado por la sociedad. 

Me he centrado, como parte de mi trabajo, en hacer grupos terapéuticos con las víctimas adultas  de una crianza inapropiada por parte de madres que ejercen maltrato psicológico. El que mi madre  tenga una personalidad altruista me ha ayudado a ver cómo otras hijas no tienen mi suerte y lamento  tremendamente que no sea así, porque todos los niños podrían tener una infancia feliz con solo tener  una madre que les proporcionara besos y abrazos cuando van a dormir, en lugar de ser víctimas del  desamor. Esta distancia emocional, esta NO implicación en los problemas de mis pacientes, me ha  permitido ser objetiva: el estar FUERA del círculo de las violencias durante la infancia me permite  contemplar los hechos de una manera más científica.

Mis pacientes, víctimas de madres narcisistas, son fundamentalmente mujeres. Existe un patrón  de relación en estas familias y hay razones por las cuales ese maltrato se lleva a cabo hacia hijas, más  que hacia hijos varones. 

Para quien es hija de una madre tóxica, el pensar que las madres de otras niñas no se comportan como la suya produce un dolor inmenso, casi intolerable. Sin embargo, como la mayor parte de las  víctimas de cualquier otro suceso impactante, deben adaptarse a la situación de la mejor manera  posible. Esta adaptación, no obstante, no siempre es exitosa, y a veces deja en la vida psíquica de las  hijas una vulnerabilidad emocional importante, y una tolerancia mayor hacia el maltrato de otras  personas 

En este trabajo lo he plasmado en un libro. “¿Por qué no me quieres, mamá? El narcisismo  materno y sus víctimas”, donde he descrito a las víctimas de madres narcisistas, sus relaciones con sus  madres y entre el resto de su familia, y describo la terapia que está haciéndose en nuestra Unidad de  Salud Mental. 

Ellas son un numeroso grupo de pacientes que no parece estar recibiendo toda la atención  terapéutica que se les debiera prestar, en contraste con otros grupos de víctimas (como son las  víctimas de accidentes, maltrato, violación, abandono, secuestro, etc.). 

¿Por qué esto es así? 

Ciertamente TODOS SOMOS O PODEMOS SER VÍCTIMAS DE ALGO A LO LARGO DE NUESTRA  VIDA, y es verdad que el hecho de convertirnos en víctimas es único para cada persona. Podemos ser  golpeados por catástrofes naturales, guerras, accidentes de circulación, incendios o inundaciones y  otras circunstancias similares. También podemos sufrir agresiones, tanto físicas como psicológicas, de  otras personas. Incluso en estas agresiones, el daño dependerá de: 

  • quién nos lo haya producido, porque no es lo mismo que seamos agredidos por alguien  desconocido que por algún familiar, y tampoco si es por una persona o por varias;
  • la edad en la que se sufrió, porque no es igual si las tragedias nos ocurren cuando somos  pequeños y no tenemos ni experiencia, ni sabiduría, ni suficientes mecanismos de adaptación  para luchar con la adversidad; 
  • su duración (nos referimos al tiempo durante el cual se mantuvo aquella situación), porque es  diferente si todo sucede en un instante o se prolonga en el tiempo (un ejemplo de esto es un  secuestro; un secuestro exprés no es comparable con el de Ortega Lara, el más largo en  España);
  • y el grado de intimidación que se empleó, o el riesgo percibido, ya que a más riesgo percibido,  mayores serán las secuelas;
  • también resultaremos más o menos dañados cuando todo acaba por el apoyo afectivo que  recibimos en esos momentos por parte de otras personas. 

Las consecuencias de los “traumas” son variadas, pero casi siempre implican aspectos  emocionales (ansiedad, tristeza, ira), cognitivos (miedo a que se repita, recuerdos sobre la experiencia  vivida) y conductuales (evitamos ir al lugar donde ocurrieron los hechos, o llevar la misma ropa que ese  día…). 

Por otra parte, las secuelas y las repercusiones psicológicas (los sentimientos de vergüenza o  culpa que la sensibilidad de la víctima pueda desarrollar) tienen aspectos que hacen del fenómeno de  victimización un proceso único en cada persona. Este proceso ÚNICO en cada víctima no está bien  perfilado a la hora de diagnosticar y menos aún, de tratar a las personas que han sufrido daños o  agresiones porque la ciencia (y particularmente la psicología clínica), ha aplicado para los traumas el  paradigma del ESTRÉS POSTRAUMÁTICO. Esto es meter a todas las víctimas en el mismo saco, lo cual  no es apropiado, porque sabemos ya que cada víctima es única. En el caso de las hijas de madres  narcisistas, el tratamiento debe ser diferente, debido a que es su propia madre la que produce el daño. Y lo hace de una manera sutil, cambiando de criterio, dando y quitando. No estamos hablando de  madres delincuentes, psicopáticas, crueles o perversas. Este otro tipo de víctimas deberán ser tratadas  de manera individual, puesto que su experiencia traumática no es fácil de verse compartida, ni hay un  patrón definido, como en el caso del narcisismo materno. 

¿Cómo se siente la hija de una mujer narcisista? Las mujeres víctimas acuden a consulta por  distintos motivos: tristeza, miedo, ansiedad e insomnio, así como por cuadros de dependencia  emocional. Casi todas sienten una gran ambivalencia hacia sus madres. 

Quiero hacer hincapié en la INOCENCIA de las víctimas. El origen religioso y sagrado de la palabra  víctima, del latín victima-ae, nos traslada al uso que se le daba en la Antigüedad para designar a  quienes iban a ser sacrificados, animales o personas, como el carnero que sacrificó Abraham en lugar  de a su propio hijo, siguiendo las instrucciones de Yahvé. En el concepto de víctima está implícita su  inocencia. Tanto es así que, con frecuencia, las víctimas se encuentran con el trauma sin haber  alcanzado plena conciencia de que estaban en peligro: o bien, minimizaban el riesgo que se cernía  sobre ellas, o no siempre eran conscientes de que sufrían este tipo de daño. En la consulta, a la hora de  verbalizar lo que les pasa, o no se lo quieren creer, o no te lo quieren decir, PORQUE LAS NIÑAS  BUENAS NO HABLAN MAL DE SUS MADRES. A pesar de crecer en un hogar diferente al de las demás  niñas, no se hacen demasiadas preguntas sobre por qué sus madres las tratan de manera diferente. Sin  embargo, hay una pregunta que sí se hacen con demasiada frecuencia: ¿Por qué no me quieres,  mamá? De ahí el título del libro.

Portada del libro - ¿Por qué no me quieres, mamá?

Elegí para la portada el cuadro de Mary Cassat, llamado LA TOILETTE. En él puede verse a una  madre, muy cerca del espejo, reflejada, sentada, bien peinada y maquillada. Está peinando a su hijita,  que está tranquila en su regazo, con las manos quietas, una encima de la otra. La madre la peina, la  cuida, pero su mano izquierda sujeta a su hija por la barbilla. Esa postura de aparente cuidado es  también un intento de control. No hacía ninguna falta sujetar la cabeza de la niña, pero ella lo hace.  Igual que las madres narcisistas, que por un lado parece que te están cuidando, y por otro, te  aprisionan, te controlan, y te doblegan para que estés pasiva a su lado.  

En este libro -mi manual de terapia (publicado en enero de este mismo año, 2021, por la editorial  Letrame), el que sigo en cada una de las sesiones grupales-, he hecho un recorrido a través de todo el  proceso de victimización. Así, desde la perspectiva de que la realidad actual global es cada vez más  narcisista, se da una descripción del comportamiento materno -no se entendería a la víctima sin hacer una disección del comportamiento de quien la agrede- rígido y pernicioso de los narcisistas en general,  y de las madres narcisistas en particular, y el cómo construyen en sus hijos —sobre todo en sus hijas— un estilo cognitivo peculiar donde la culpabilidad y la confusión se hacen dueñas de su psiquismo. 

Estas madres son reinas en su pequeño mundo familiar, y el resto de los componentes de la  familia son sus súbditos: empezando por el padre, al que eligen cuidadosamente, y siguiendo por sus  hijos. En esta estructura familiar peculiar, si hay un hijo varón, el NIÑO DE ORO, él será colmado de  toda clase de privilegios (por encima del padre, por supuesto), mientras que una hija será elegida para  ser una “cenicienta”. 

A la actividad grupal para tratar terapéuticamente a las víctimas la he llamado “TERAPIA DE  PRINCESAS” porque ellas son princesas a las que no se las ha tratado como merecen. A ellas les he  dedicado mi trabajo y mi libro. Los grupos terapéuticos son de 8 personas y se realizan en las  instalaciones del Equipo de Salud Mental de Jaén Centro, con uno o dos psicoterapeutas. Las sesiones  (6 en total) se estructuran en un formato definido: los primeros diez minutos el terapeuta expone el  tema central de la sesión y el resto del tiempo (dos horas), el grupo expone libremente sus  experiencias y sus reflexiones. Para intentar paliar esos daños, el tratamiento grupal de las víctimas conlleva en primer lugar la toma de conciencia del problema, para pasar después a aprender  estrategias para dejar de ser víctimas y a valorarse a sí mismas. 

La intención que me mueve para dar a conocer mi experiencia es hacer conscientes a los  profesionales de la ayuda (psicólogos, psiquiatras, enfermeros, trabajadores sociales…) de que existen  otro tipo de víctimas: las de maltrato por parte de sus madres; y si se encuentran en su vida a la hija de  una madre narcisista, la ayuden a convertirse en Princesa, porque no hay nada más hermoso que  devolver la dignidad y el brillo a quien nunca debió perderlo por el camino.


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