Relato: La Presa

La presa (Soga)

Por Antonio Cano Rodríguez.

Médico especialista en radiodiagnóstico en el Hospital Universitario “Virgen del Rocío”. Sevilla.

No me gustan las clases de gimnasia. El curso anterior mis padres me llevaron al Dr. Hayworth para que me firmara un certificado de no apto. Pensé que este año también me libraría pero Papá dijo que no debía señalarme, que tenía que intentar ser como los demás chicos. Así que este año soy apto. Los martes y los jueves tenemos gimnasia en el polideportivo del colegio. A mí me gusta ir con ropa deportiva ese día para no tener que cambiarme en el vestuario pero las clases son a las 10 y el resto de la mañana los otros niños se dedican a taparse la nariz a mi paso y a hacer oink oink. Mamá me dice que soy muy pequeño para oler mal y que soy su bebé y que siempre huelo bien. A mí no me importa que se rían de mí, es solo que no quiero que me vuelva a pasar lo de aquella vez en las duchas. Así que cuando los otros niños hacen sus ruidos yo me doblo la nariz hacia arriba para parecer un cerdito. A veces pienso que si les hago reír irá todo mejor, pero no es así. De todos modos yo sigo intentándolo y si la cosa se pone realmente mal puedo incluso andar a 4 patas y hacer como que cojo cosas del suelo con la boca. Ellos no se ríen tampoco cuando hago eso y estar cerca de sus botas no suele ser buena idea. 

Así que no me queda otra que ir a gimnasia, pero al menos mis padres me dejan que vaya cambiado ese día al colegio . Lo peor de las clases de gimnasia es la cuerda. Billy, el hijo del farmacéutico y yo, somos los únicos que no podemos subir la cuerda de verdad. Formamos un pequeño grupo en la cuerda de nudos, la de los gorditos como Billy y la de los niños como yo. Billy se agarra con fuerza a los nudos y se queda colgado casi un minuto hasta que baja. El señor Lacroix le anima y le dice que está muy bien, que debe intentar aguantar unos segundos más el próximo día. Yo lo hago mucho mejor que Billy. Soy capaz de subir más de 2 metros apretando fuerte la cuerda con mis piernas. Desde allí me fijo en los niños que suben la cuerda sin nudos. Parece tan fácil. Enredan la cuerda entre sus pies y el señor Lacroix le llama a eso la presa. A mí esa palabra me da miedo pero intento aprender de los otros niños cómo hacer la presa observándolos desde la cuerda de nudos. No parece que hagan mucha fuerza con los brazos y no sudan tanto como Billy cuando se queda colgado como un tonto sin avanzar nada.

Hay noches que sueño con la cuerda. Sueño que la subo y miro desde arriba. Veo a Marty, a Douglas y a los otros niños que me encerraron aquella vez en la ducha. Desde arriba no parecen tan grandes y en mi sueño me permito hacerles un gracioso saludo con una mano que suelto de la cuerda. Ellos contestan a mi saludo y, aunque están tan abajo que no podría jurarlo, me da la sensación de que sonríen. Las noches que tengo ese sueño son las mejores porque no me despierto llorando ni grito en la cama. Aquel día había tenido ese sueño cuando me desperté y recordé que era jueves. El señor Lacroix nos había dicho que ese día habría cuerda, así que no quería ir al colegio. Pero mamá me dijo que fuera valiente y me vistió con mi ropa de gimnasia. Billy y yo tuvimos un buen día en la clase. El subió dos nudos y estuvo casi medio minuto en el más alto hasta que el señor Lacroix le ayudó a bajar. Yo subí y bajé un tercio de nuestra cuerda dos veces. Estaba muy contento, tanto que cuando sonó la campana y los niños siguieron al señor Lacroix al vestuario, me fui quedando el último del grupo. Y corriendo me enganché a la cuerda sin nudos. No sé contar bien qué pasó a partir de ese momento. A veces creo que mezclo mis recuerdos con los sueños pero lo que es seguro es que hice la presa y comencé a subir. Tan rápido subí que cuando Lucas dio el grito que alertó al Señor Lacroix yo ya estaba a la mitad de la cuerda. Me deslizaba hacia arriba encogiendo las piernas y mediante la presa mantenía la altura ganada. Estaba tan concentrado que casi no oía los gritos del señor Lacroix que me ordenaba bajar. Seguía subiendo. Recuerdo el olor a polvo de la cuerda y lo áspera que era. No noté cómo me sudaban las manos hasta que toqué algo frío. Era la argolla metálica que unía la cuerda al techo del pabellón. Me agarre ahí con las dos manos mojadas de sudor y mire hacia abajo. Mis sueños no me habían preparado para lo que vi. Estaba tan alto que el Señor Lacroix y los niños parecían insectos que corrían de un lado a otro. Enseguida la cabeza empezó a darme vueltas y tenía muchas ganas de vomitar. Muy lejos oía al Señor Lacroix gritar pero no entendía nada de lo que me decía. Sentía que todo se hacía cada vez más pequeño y que el suelo se alejaba de mí pero era algo que estaba en mi cabeza. Entonces lo oí. O creo que lo oí. Era un coro de voces infantiles. Gritaban ¡SALTA SALTA SALTA! Gritaban tan fuerte que el pabellón entero se llenaba con el sonido. Gritaban con rabia pero también con una extraña alegría. Gritaban tanto que ya no oía las llamadas del señor Lacroix. Cerré los ojos llorando y pensé en lo fácil que sería soltar la presa y mis manos de la argolla. No era tan pequeño como para saber que no iba a volar. Sabía lo que me pasaría si hacía caso a los niños que me gritaban. Sabía el disgusto que se llevaría mamá. Aún así aflojé mis manos y cerré más fuerte los ojos.

Lo siguiente que recuerdo es que desperté en la enfermería. Billy me contó allí que me solté de la argolla y se oyó un gran ¡OHHH! de todos los niños. Pero, admirado, me dijo que había hecho tan bien la presa que no la solté y que cuando mi cuerpo se arqueó para caerme de espaldas desde el techo, recuperé la posición, me agarré con las dos manos y caí deslizando los 10 metros de cuerda. Eso me salvó pero ahora llevo las manos vendadas y mamá tiene que hacerme todo en casa. Incluso tiene que sacar mi colita cuando hago pipí y me río mucho cuando la sacude para que no quede ni una gota. Es posible que me queden unas cicatrices muy chulas, porque tengo quemaduras de tercer grado en la palma de las manos. Pero lo mejor de todo, es que voy a estar dos semanas sin ir al colegio.


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