Poema: Olivares

Olivar

 

Por Rafael Ureña Llinares.

Profesor de Matemáticas en el I.E.S. La Pandera.
Los Villares. Jaén.

Olivares

Moradores casi eternos
de terrenos desabridos.
Supervivientes austeros,
impertérritos testigos
-sordos y mudos- del tiempo,
que han contemplado siglos.

Olivos que siempre crecen
como lo hacen los mellizos
siempre juntos aparecen,
a veces dos a veces trío,
corriendo la misma suerte
desde que eran chiquitos.

¿Quién sabe cuántos inviernos,
no cedisteis ante el frío?
¿Quién sabe cuántos cielos
rasos y ardientes de estío,
cuántas sequías, aguaceros,
cuántas nieves y granizos,
soportasteis más resueltos
que tan adversos designios?

Raíces férreas que horadan
territorios resentidos.
Troncos sufriendo se alzan
rugosos y retorcidos
para implorar con sus ramas,
sin que nadie pueda oírlos…

Su silenciosa plegaria
cuenta que han escondido
entre puntitas de lanza,
un tesoro, protegido
por copas de verde y plata.
¡Árboles sabios y ricos!

Con la sangre de oro puro
brotan las perlas de olivo.
Las nubes de verde oscuro
titilan con verde vivo.
El vivo se vuelve adusto
y se degrada, marchito.
De retoños a maduros
mudan a ocre sus vestidos.
Y amortajados de luto
se rinden a su destino.

Olivas que manan siempre
su oro líquido y vivo.
Olivas que se desprenden,
en masivo sacrificio
de su esencia, hecha aceite,
entre muelas de molino.
Olivas que así fenecen,
cumpliendo con su destino,
con mortaja de capachos
en un nicho de granito.

Viajero, cuando abandones
estos campos desvalidos,
acaso pregúntate dónde
podrás ver otro espejismo
de paisaje monocorde:
ese mar casi infinito
de lomas pardas y ocres
manchadas de verde olivo.

Mantennos en tu memoria.
Lleva un emblema sencillo,
señal inequívoca propia
del lugar al que has venido,
y universal de concordia:
una ramita de olivo…


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