Cuenta una conocida leyenda que Miguel Ángel estaba trabajando con un bloque de piedra en el patio de su taller y que un niño iba todos los días a mirar cómo progresaba su obra. A los pocos días el bloque fue cobrando forma a golpe de martillazos, hasta que apareció una figura mitológica. Entonces el niño se levantó asombrado y le preguntó:
“Pero, cómo sabías que estaba dentro…?“
Las comunidades de práctica como laboratorios
Hace 5 años iniciamos con el Taller Semilla (véase este link) el Programa “En Comunidad. La Colaboración Expandida” que tenía como objetivo el impulso de una cultura de colaboración en la administración pública y cuya base de partida era la creación de comunidades de práctica.
En sus inicios, como todo proceso, era un bloque de piedra, y, al igual que Miguel Ángel, no sabíamos lo que había dentro. Cualquier proceso de conocimiento tiene al menos tres vías básicas de entrada que van delimitando su forma. El contexto en el que está surgiendo, las prácticas (los recursos y experiencias) previas existentes y el discurso académico que hay sobre el tema. Estos tres elementos, muchas veces entrecruzándose, terminan por definir los contenidos y el contorno del proceso.
Las comunidades de práctica de Andalucía inician de forma natural sus procesos de colaboración desde sus prácticas para abordar necesidades que “les queman entre las manos”. Solos/as no podemos; solos/as no queremos, es la expresión con la que se reconoce la vulnerabilidad en un mundo cada vez más complejo, dinámico e interdependiente. Después, a lo largo del tiempo, toda comunidad termina siendo un laboratorio vivo que atraviesa distintas dimensiones que transcurren de forma simultánea o secuencial por el aprendizaje, la innovación, la gestión del conocimiento…
El entorno (directivos, consultores, docentes de talleres, expertos…) suele abordar, aportando reflexión y sentido, los procesos de las comunidades de práctica desde saberes exteriores (la pedagogía, la sociología, los modelos de liderazgo, la teoría de las organizaciones y la gestión del conocimiento…); mientras que las personas que abren e impulsan procesos colaborativos para cambiar y mejorar sus programas, parten de la propia realidad y la utilizan como laboratorio para explorar, tantear y desarrollarse de forma compartida. Lo que hace que las comunidades de práctica sean algo tan vivo es que tienen mucho de performativo y artesanal. Y eso se ve en esta forma de cada comunidad de utilizar herramientas, organizar movimientos “corporales” de lenguaje, emociones, valores, itinerarios y saberes compartidos. Por eso miramos con respeto – y admiración – ese conjunto heterogéneo de ensayo – error que compone nuestro mapamundi (véase este link): porque está hecho con materiales que dignifican y mejoran la vida de las personas en la administración pública.
Del aprendizaje colaborativo a los entornos colectivos de construcción de conocimiento
Tras estos años y, especialmente, en este tiempo post pandemia hemos aprendido muchas cosas de ese proceso exploratorio, que nos están sirviendo para contextualizar y priorizar objetivos del programa:
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La comunidades que mejor funcionan han logrado crear entornos colectivos, convivenciales, de construcción de conocimiento. Es decir, comparten itinerarios, relatos, saberes, para construir marcos comunes de interpretación y de actuación en relación a la práctica. En tiempos de conocimiento líquido, distribuido, desterritorializado, diseminado, es muy interesante el paso que se está dando dentro de las organizaciones públicas de la antigua idea de la formación al aprendizaje colaborativo; pero quizás el verdadero salto cuántico es cuando en la organización se pasa de los entornos personales o colectivos de aprendizaje a los entornos colectivos de construcción de conocimiento. Entornos vivos, dinámicos que permiten con facilidad que las personas se agreguen y se desagreguen. No nos organizamos igual, no adquirimos los mismos compromisos, no son los mismos roles de los actores, ni las herramientas, ni los formatos, ni siquiera se activa la misma tipología de redes conversacionales, cuando el objetivo son los aprendizajes, que cuando es la construcción colectiva de conocimiento, dónde las personas aprenden de sí mismas, pero a partir de las cosas que producen. De esta forma, se crea un campo mayor que permite mantener un diálogo constante entre unas prácticas concretas y los saberes; un ritmo entre el descubrimiento/apropiación de los problemas y la generación de soluciones.
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Más allá de las propias estructuras, o dicho de otra forma, más allá de las propias comunidades, lo que es viral en estos tiempos de post pandemia son las herramientas, las prácticas, las emociones y los relatos de colaboración. Nuestra vocación como programa nunca fue sumar y contar comunidades de práctica. Se trataba de la colaboración expandida, dentro de la organización: la colaboración como única forma de responder a los desafíos complejos que tienen las administraciones públicas en la actualidad… cada comunidad inició su recorrido activando redes conversacionales primarias, generando valor social, y pasando después a producir valor de conocimiento y de uso. Cuando finalizaban su itinerario, muchas de ellas, han visto implementados sus productos. Ahora también sabemos que las comunidades, funcionales y muy útiles en muchos casos, tienen dificultades para producir esos cambios y expandir la colaboración en el entorno: dificultades para contagiar los procesos esenciales de planificación, de gestión o de desarrollo normativo, por una debilidad en el ámbito de lo que nosotros hemos llamado “la intencionalidad compartida”. Toda estructura, aunque sea colaborativa puede terminar convirtiéndose en un caparazón fósil qué dificulta la permeabilidad con el resto del sistema. Y, en ocasiones, la organización mira con distancia la propuesta de colaboración que hace la comunidad, por los sesgos previos, por los estereotipos y por los habitus ( Pierre Bordieu) cotidianos-. Es decir, hemos podido recoger de la experiencia de participantes que, aunque las comunidades recompensan a las personas con una sensación de orgullo, de puesta en valor y de bienestar por el trabajo realizado con otros/as, y aunque se construyen soluciones innovadoras y útiles, la extensión de esas formas de trabajo dentro del entorno de la organización puede verse obstaculizada, por esa idea de que una cosa es lo que sucede dentro de la comunidad, y otra lo que sucede fuera de la comunidad. Por ello, si no les damos visibilidad y usabilidad, se corre el riesgo de desaprovechar todos los elementos producidos en el contexto horizontal de la comunidad, dónde las personas exploran otras dimensiones de saberes, habilidad, compromiso y creatividad que podrían ayudar a mejorar el funcionamiento de la organización en su conjunto.
Deconstruir las comunidades identificando elementos con potencial útil y expansivo
Hemos aprendido mucho de contagios en este tiempo. Sabemos que todo virus tiene su estructura, pero también sabemos que hay una predisposición a mutar y generar variantes en su roce con cada realidad. Es su forma de adaptarse y de sobrevivir. Y eso sucede también con los elementos con potencial expansivo de las personas y de las organizaciones. Las comunidades también mutan en su roce con la realidad. Por eso no hay comunidades estándar. También las personas que han estado en comunidades mutan y se adaptan cuando fuera de ellas han de relacionarse con su entorno. Es uno de los principios básicos de la colaboración para que sea expandida y transformadora: la metamorfosis. Por eso es tan importante identificar los elementos leves, conectivos, trans, autogeneradores, abiertos, que cobran fuerza dentro de las comunidades de práctica y que son capaces de activar inteligencia, producir nuevas utilidades y emoción colectiva en su roce con el resto de la organización. Las personas que trabajan juntas hablan entre sí sobre lo que hacen, integrando de forma natural el hacer con el pensar y el sentir. Ahí es donde encontramos muchos de esos elementos de las comunidades que cobran sentido transformador en otros ámbitos de la organización para mejorar equipos y programas. Las personas, los relatos de colaboración, las emociones, los saberes, las conversaciones, los valores, las divergencias para la generación de sentidos propios, las buenas prácticas, las herramientas que mejoran la calidad de los equipos y grupos de trabajo, …
Ese es el sentido de este blog repositorio que, aunque es parte de un marco metodológico y de acompañamiento global, aspira a recoger en su interior estos elementos que facilitan mutaciones y activan redes. Cuando se establecen compromisos entre iguales se desarrollan el gusto y la habilidad por hacer las cosas bien. Eso genera buenas prácticas y herramientas, que se ponen al servicio de lo común. Se emplean soluciones para desvelar un territorio nuevo: poner en valor la experiencia de las comunidades de práctica; pero también ir más allá de las comunidades, de-construirlas, identificar estos elementos y hacerlos accesibles y útiles para distintos contextos y situaciones, puede, a veces, ser más realista que aconsejar un cambio cultural.
Continuamos con el proceso de apoyo a la creación de comunidades con Talleres Semilla y talleres nómada, entre otros, pero con este blog y los procesos que con él se abren ( RadarCOPs, Charlatómetros, Caja de herramientas colaborativas, Talleres de cuidado Mutuo y calidad convivencial, Conversaciones como generadoras de conocimiento…), tratamos de ofrecer utilidades a cualquier unidad o programa de la administración pública andaluza interesado en la mejora de su funcionamiento, a través de activar inteligencia colectiva, y producir saberes comunes.
JOSÉ IGNACIO ARTILLO
ELISA RODRÍGUEZ
Equipo “ En comunidad. La colaboración expandida.” IAAP
20 SEPT 2021por la través de activar inteligencia colectiva, y producir saberes comunes