Curiosidades de nuestra historia: el auténtico Braveheart y su relación con Andalucía

Por José Berdugo Romero. Asesor Técnico de Procedimiento. Delegación de Salud y Políticas Sociales de Málaga

La historia es siempre sorprendente y curiosa. Andalucía, con su larga y rica historia, necesariamente es fuente de grandes narraciones, algunas casi olvidadas. Por suerte, tenemos cronistas (y sí, a la vez empleados/as públicos/as) que evitan que caigan en el olvido ¿A que no conocías la relación que une a Braveheart con Andalucía?

¿Quién, a estas alturas, no ha visto en algún momento de su vida la emocionante película que, producida, dirigida y protagonizada por Mel Gibson, narra la Historia del héroe escocés de la Edad Media, William Wallace, muerto en su querida tierra norteña mientras luchaba contra el invasor inglés en la Primera Guerra de la Independencia Escocesa? Seguro que todos la habréis podido disfrutar, pero, os preguntaréis, ¿qué tiene esto que ver con la Historia de Andalucía? Pues aparentemente no porque, en efecto, William Wallace no pisó nunca nuestra tierra, pero tal vez su historia tenga importantes nexos con la nuestra y ahora os explicaré el porqué.

En efecto, Wallace fue un personaje real y murió descuartizado en 1305 por los ingleses, que lo odiaban por haber mordido el polvo ante sus huestes en más de una ocasión. Pero con su muerte no concluyó aquella guerra que se extendió entre 1296 y 1328. Un año después de tan luctuoso hecho, los escoceses, tal vez espoleados por tan dura pérdida, se ponen de acuerdo para nombrar rey a Robert the Bruce (al que en la película no tratan excesivamente bien, lo que a sus compatriotas no les hace mucha gracia) y éste, tras múltiples escaramuzas, derrotas, huidas y sinsabores, consigue vencer definitivamente a los ingleses en la épica batalla de Bannockburn en 1314, consiguiendo, de este modo, la ansiada independencia de Escocia.

El caso es que, en aquella sonada victoria, de la que se hicieron eco muchos cantares de gesta dados a conocer por toda Europa, destacó un joven noble de apenas veintiocho años, que dirigía una de las tres alas del ejército vencedor: Sir James Douglas. Este, por la victoria obtenida, por las muchas penalidades sufridas junto a su soberano y por la lealtad absoluta que le tenía, devino en ser uno de los grandes amigos de su señor, hasta tal punto que cuando el rey, enfermo de lepra y viéndose a un pie de la sepultura, tuvo el acuciante anhelo que ahora se narrará, no encontró a nadie más propio para cumplir su última voluntad que el bueno de Sir James (“el bueno” fue uno de los apodos por los que fue conocido, aunque los ingleses no estarían muy de acuerdo).

Lo cierto es que el rey Robert tuvo durante su vida la esperanza de convertirse en cruzado (no le debían ser desconocidos los famosos hechos de Ricardo Corazón de León), circunstancia que a la postre resultó imposible por su enfermedad. No obstante, y para de alguna forma sentirse reconfortado en su fuero interno, pensó en que parte de su cuerpo reposase en Tierra Santa, destino último de cualquier cruzado, o proyecto de tal, que se preciase. Pero ¿quién, en la coyuntura de aquella época tan peligrosa, podía llevar a cabo tan difícil manda? El rey lo tuvo claro porque nadie mejor que su bravo amigo, Sir James Douglas, podía llevar a cabo aquella misión con posibilidades de éxito.

Paisaje de Escocia

Muerto el “Libertador de Escocia” el 7 de junio de 1329 y tal como quedó dispuesto en su testamento, le fue extirpado y embalsamado su “bravo corazón” (¿Va quedando claro quién fue el auténtico “braveheart”?) que, depositado en un pequeño relicario de plata, fue portado a partir de ese momento por el fiel Douglas. Este, con una pequeña hueste formada por seis caballeros, veinte escuderos y un puñado de soldados, zarpó aquel mismo verano en busca de su misión y su destino.

Mientras tanto, en las tierras de Andalucía, el joven y belicoso rey de Castilla, Alfonso XI, guerreaba cada verano contra el cada vez más mermado sultanato musulmán de Granada, arrebatándole aquí y allá diversas fortalezas secundarias que, en muchas ocasiones, volvían a pasar, de nuevo, a manos granadinas. De aquellas fortalezas era, sin duda, la de Teba (noroeste de la actual provincia malacitana), la más imponente de todas, puesto que le cabía controlar una encrucijada de caminos que se antojaba vital para la defensa del reino nazarí. Por ello el joven monarca castellano decidió que el Hisn Atiba (como se denominaba la fortaleza tebeña en árabe), debía ser su gran objetivo para el año de 1330.

Mientras Alfonso preparaba la campaña en Córdoba, la nave que transportaba a Sir James Douglas y su hueste recaló en Sevilla, lugar donde, probablemente, esperaban pasar el invierno y poder zarpar hacia Oriente en la primavera o verano de 1330. Lo cierto es que la fama del escocés la precedía ya que, como se dijo, aún resonaban por doquier los ecos de la batalla de Bannockburn en la que tan brillante papel jugó. Por ello, enterado el rey de la presencia de la hueste, se les rogó su presencia en Córdoba donde se acordaría algún tipo de pacto por el cual los escoceses ayudarían a los castellanos en la toma de la fortaleza tebeña. Tal vez la circunstancia de que la guerra contra Granada fuera declarada cruzada por el papa Juan XXII debió resultar otro aliciente para los portadores del corazón de un rey que quiso ser cruzado.

El caso es que, llegado el verano de 1330, las tropas castellanas, con un buen número de caballeros y soldados de fortuna de otros reinos peninsulares y nuestra pequeña hueste de escoceses, se dirigen a Teba hasta llegar a la vista de su fortaleza a comienzos del mes de agosto. Una vez asentados en los campamentos montados cerca del río Guadalteba se aprestarían a preparar el asedio de los recios muros musulmanes, seguros de que su gran número y sus ingenios bélicos terminarían por rendirlos. Entre tanto, el sultán nazarí Muhammed IV envía un importante contigente comandado por su más prestigioso soldado: el maestre de los voluntarios de la fe Abu Said Utman ben AbilUla, conocido en las crónicas castellanas como Ozmín. Este bravo general había vencido en diversas ocasiones a las tropas cristianas, habiendo llegado incluso a acabar con la vida de dos infantes de Castilla en el desbaratado asedio de Granada del año 1319.

Vista de Teba y las ruinas del Castillo de la Estrella o Hisn Atiba. Foto de Salvador Escalona

Desde el campamento que instala en la cercana fortaleza del Turón (Ardales), Ozmín acometerá durante varios días y con diversas estratagemas a las tropas cristianas, hasta el punto de conseguir, según señalan las propias crónicas castellanas, una cierta desmoralización del enemigo. En una de aquellas ocasiones tendrá lugar el episodio que, a la postre, contribuyó a popularizar en nuestros días aquellos hechos.

Ante uno de los múltiples envites de las tropas de Granada al real de Alfonso XI, la hueste escocesa, deseosa de probar su valía y hacer honor a su fama, salió en persecución de los musulmanes que tras la acción parecían huir hacia su campamento. Encabezando a los perseguidores salió Sir James Douglas, el cual estaría muy acostumbrado a las tácticas bélicas de los ingleses, pero no sabía cómo se las gastaban los musulmanes que, recordemos, llevaban batallando muchos siglos contra los cristianos y de tácticas militares sabían mucho. En efecto, la argucia bien conocida por los castellanos como “torna e fuye” en la que los que aparentemente huyen terminan envolviendo y masacrando a los perseguidores, fue magistralmente utilizada contra los pobres escoceses que en modo alguno la esperaban. Aquello fue el fin del noble Douglas y el de su proyecto de llegar a Jerusalén; un fin de relato parco en las crónicas de Castilla que despachan el episodio de forma singular al señalar “E sobre aquel rrio ovieron vn dia muy gran contienda, e de la hueste del rrey fue muerto vn conde estraño, que saliera de su tierra por fazer a Dios seruiçio e prouar su cuerpo contra los enemigos de la Cruz, e asi lo fizo este conde esta vegada; como quiera que murió por su culpa, ca saliendo de las hazes de los christianos, se fue cometer los moros a desora e como non devia, e por esto fue muerto este conde, a quien Dios perdone”. Esta forma no excesivamente honrosa de morir en batalla (atacando a deshora y como no debía) es versionada de muy diferente forma por sus compatriotas escoceses, entre los que resultó más popular la versión del poeta Barbour, que en 1376 incide (sin desmentir la crónica castellana) en que, cuando se vio rodeado de sus enemigos, el bravo escocés lanzó el corazón del rey Robert, que siempre llevaba colgado sobre su pecho, al campo de batalla y dijo “Pasa ahora tú el primero, como solías serlo en el campo de batalla; y yo te seguiré, o bien hallaré la muerte”. De aquella forma y fuese como fuere, el “corazón bravo” o braveheart de Robert the Bruce terminó participando, como peculiar arma arrojadiza, en su particular cruzada de la mano de su fiel amigo Sir James Douglas.

Cuadro sobre el episodio de la muerte de Douglas. Autor: José Luis López Rambla

Tras su muerte, las crónicas nos cuentan que los soldados musulmanes, sabedores de haberse cobrado una importante pieza, custodiaron el cuerpo de Douglas y a instancias del Sultán, que en Granada conoció el hecho, fue devuelto con honores, junto al cofre portador del regio corazón, al campamento cristiano. Allí se produjo el penúltimo hecho singular de tan singular historia cuando sus compatriotas hirvieron en agua el cuerpo del noble para separar la carne de los huesos, enterrando aquella en algún ignoto lugar de las tierras de Teba y guardando estos, para, posteriormente, llevarlos de vuelto a su tierra natal, vista ya la inutilidad de seguir con su misión original. El porqué de tan singular comportamiento resultaba obvio y no hay más que imaginar lo escasamente agradable e higiénico que debía resultar portar el cadáver íntegro en pleno verano.

Abadía de Melrose

Finalmente, los restos de aquella épica hueste escocesa, al mando de William Keith de Galston, y Simon Lockhart, regresaron a sus lluviosas Lowlands donde en la capilla familiar de St. Bride, se pudo proceder a enterrar los óseos restos de “Black Douglas” como popularmente era conocido (además de Sir James “el bueno”, como se dijo). También y en este caso bajo el altar de la Abadía de Melrose, se depositó el famoso relicario de plata con el corazón regio. Estos hechos, casi convertidos en leyenda por los muchos poetas y trovadores que los narraron durante siglos en Escocia (no aquí donde la Historia pasó casi inadvertida hasta finales del Siglo XX), pasaron a ser toda una evidencia histórica cuando en 1996, en el transcurso de unas investigaciones arqueológicas que se llevaban a cabo en la Abadía de Melrose, apareció un pequeño cofre de forma cónica con una inscripción que rezaba: “Este cofre conteniendo un corazón fue hallado bajo el capítulo (altar) en marzo de 1921”. Aunque el cofre aún no ha sido abierto, no es difícil imaginar lo que contiene: la evidencia del “braveheart” y la constatación de una de las Historias más curiosas y fascinantes de toda la Edad Media en la que los destinos de gentes de tierras tan distantes se juntaron en esta encrucijada de caminos históricos que es nuestra tierra andaluza.

Epílogo

Cartel de celebración de los Douglas’ Days en Teba

Para conmemorar lo que sucedió en aquellos días tan lejanos, todos los agostos desde 2005 se celebran en Teba los denominados Douglas’ Days. Aparte de las múltiples actividades organizadas por el Ayuntamiento del pueblo, la Asociación Hisn Atiba representa la obra “Lágrimas por Itaba”, recreación multitudinaria y abierta a la participación en la que centenares de vecinos del pueblo y visitantes de los más diversos lugares, recrean los hechos de la Batalla de Teba. Es una ocasión única para vivir en primera persona todo lo que se narra en este pequeño artículo.

Bibliografía

-HOYOS PINTO, S. y LEDESMA GUERRERO, F. (2015). “La Reconquista en 1330 en Teba: una cruzada con héroe escocés”, Péndulo, XXVI, pp, 34 y ss.

-GARCÍA FERNÁNDEZ, M. (2014). “Escocia en Andalucía. Sir James Douglas y la cruzada de Teba de 1330”. Andalucía en la Historia, pp. 48 y ss.

-MAESO DE LA TORRE, J. (2001). La Piedra del Destino, Edhasa.

– BERDUGO ROMERO, J. (2016). Lágrimas por Itaba, Aratispi.