Por Jaime Aguilera García. Jefe del Servicio de Protección de Menores de la Delegación Territorial de Igualdad, Salud y Políticas Sociales de Málaga. Vicepresidente de la Fundación Cementerio Inglés de Málaga.
Cuando el propietario del bergantín Cicero, George Stephens, ahogado accidentalmente en el puerto de Málaga, es enterrado en enero de 1831 entre unos muros en construcción, el nuevo Cementerio Inglés de Málaga se convierte en en el más antiguo cementerio no católico de la península.
Todo había comenzado años antes, con la llegada de William Mark (que había acompañado a Nelson a bordo de la fragata Victory en la batalla de Trafalgar) como cónsul británico en Málaga. Es entonces cuando contempla con estupor que para realizar enterramientos no católicos las autoridades malagueñas de la época solo permitían enterrar los cadáveres en la playa, de noche, a la luz de las antorchas, de pie, en la arena, dejándolos a la merced de las olas, perros y otras alimañas.
El cementerio inglés, además de su valor histórico como camposanto protestante más antiguo de la península, ostenta un importante valor botánico (con más de cien especies provenientes de todo el mundo), epigráfico (con inscripciones en lenguas de países de los cinco continentes y de casi todas las religiones) y artístico (con esculturas de autores tanto británicos como locales).
Es inconcebible la historia de los dos últimos siglos de Málaga sin el Cementerio Inglés, de hecho, los tres últimos lemas del escudo de la ciudad están relacionados con él. La MUY BENÉFICA, a raíz de la atención a todos los soldados de las guerras en el Rif marroquí, donde juega un papel fundamental el hospital donado por las herederas de Joseph William Noble, parlamentario y médico británico enterrado en el Cementerio Inglés. La MUY HOSPITALARIA, por la actuación de los malagueños en el hundimiento de la fragata imperial alemana Gneisenau, en diciembre de 1900 -justamente en la última visita de Picasso a Málaga-; en el cementerio están enterrados Kretschmann, el capitán de la fragata, y Prüfer, el ingeniero jefe de fragata de la Armada Imperial alemana. Junto a ellos el resto de la marinería de la Gneisenau que no sobrevivió yace bajo un monumento de bronce y granito que recuerda el hundimiento junto a un trozo de madera de la fragata: en total otros 39 marinos alemanes que perdieron la vida en la tragedia: el segundo al mando el comandante Berninghaus, el maquinista Seher, el guardiamarina Berndt, 4 suboficiales del personal de máquinas, 11 marineros y fogoneros, 19 grumetes, el barbero y un camarero.
Por último el lema que aparece en el escudo: LA PRIMERA EN EL PELIGRO DE LA LIBERTAD. En diciembre de 1931, el general Jose María Torrijos y medio millar de hombres desembarcan en la playa del Charcón de Mijas, pronto se verán sitiados por las tropas de Fernando VII y serán encarcelados y fusilados en las playas de San Andrés: el único que no está debajo del obelisco de la plaza de la Merced de Málaga será el único que no era católico, un pelirrojo fácilmente reconocible en el famoso cuadro de Gisbert, y que no es otro que Robert Boyd, el irlandés que financia la expedición y que termina muriendo, al igual que Byron, por una causa extranjera. Sus restos mortales los recoge el cónsul William Mark y es el primero en ser enterrado en un cementerio inglés recién construido. A partir de este acontecimiento en el escudo de Málaga aparece la leyenda “La primera en el peligro de la libertad”
Ya desde su construcción, el cementerio inspira a los escritores. Así, por ejemplo, en uno de los primeros textos que se escriben sobre un recién construido Cementerio Inglés, Ildefonso Marzo en la Revista El Guadalhorce (1840) destaca que desde él se escuchan los “rugidos del Mar”.
Por su parte, las viajeras románticas Lady Mary Grosvenor, Louise Tenison, Jackson, Patch, Dora Quillinam, Tomas, Gasparín, Matilda Betham-Edwards o Caroline H. Pemberton, cuando llegan a la ciudad inmediatamente se enamoran de este cementerio abierto, marino y cosmopolita. Igualmente, otro viajero, el más importante escritor de cuentos infantiles de todos los tiempos, Hans Cristian Andersen, en 1862, llega a Málaga desde Cartagena en el vapor Non plus ultra. Sus palabras no pueden ser más elocuentes:
Fui en coche hasta mi lugar preferido: el cementerio protestante de Málaga; Junto al liso y claro mar, junto al mar bullente, me habéis de enterrar.
En él está enterrado Jorge Guillén, el insigne poeta de la edad de plata de la poesía española (la Generación del 27). El vallisoletano escogió el mar y la luz de Málaga para volver a residir en España después del exilio: eligió el mar y su luz del mediodía desde su ventana del paseo marítimo del Melilla para consumir sus últimos años; y así mismo escogió el Cementerio Inglés para ser enterrado, mirando al mar, sin ninguna cruz en la lápida: el cementerio de los agnósticos, el cementerio marino. No en vano había sido el traductor casi coetáneo para la Revista de Occidente del colosal poema de Paul Valèry (1871-1945) El cementerio marino, publicado en 1920 y cumbre del simbolismo y de la llamada poesía pura. Una traducción alabada explícitamente por el propio Valèry, que le escribió a Guillén (1929) diciéndole “¡Me adoro en español!”.
Y es que no cabe duda, si hay algún cementerio marino universal en Málaga ese es su Cementerio Inglés. No en vano el propio maestro de Guillén en la poesía pura, el premio Nobel Juan Ramón Jiménez, también se va a enamorar de este cementerio. Málaga está presente en Juan Ramón desde su infancia, porque al puerto de esta ciudad se dirigían los barcos vinateros de Moguer y también el barco familiar, el San Cayetano, llevaba allí vinos de los Jiménez. En octubre de 1925 llega a la ciudad para visitar a Manuel Altolaguirre. Después vuelve en 1926, y en una carta a Emilio Prados le reveló su deseo de descansar en el cementerio inglés de la capital malagueña, por el que pasa en calesa al borde del mar camino de El Palo, a la sombre de un algarrobo.
Escritores universales no vinculados a Málaga sino del norte de España, como Leopoldo Alas Clarín, introduce al Cementerio Inglés de Málaga en su cuento El viejo verde.
Ya en el siglo XX, Gerald Brenan, el insigne hispanista y escritos terminará siendo enterrado en el Cementerio Inglés después de que su cadáver permanezca varios años en la facultad de Medicina. En cambio Gamel Woolsey, su mujer y también escritora, desea ser enterrada en el Cementerio Inglés de las conchas marinas y los marineros, en un lugar en el que ella misma reciba el silencio que cultivó:
>En el viejo cementerio en que yacen los marineros / en tristes tumbas grises de conchas adornadas / bajo el doblar de las campanas a cinco brazas / el coral está hecho de huesos…
Otro escritor, Antonio Gala enamorado confeso de los cementerios, también nos confirma su predilección por cementerio inglés de Málaga, y dentro de esta, su carácter marinero:
El cementerio desciende remansado en dolor y recuerdo y llega casi al mar. El color del día no es el ideal para visitarlo. Los hombres que aquí fueron enterrados sin duda amaron el azul de la mar…
Incluso en la actualidad, otro escritor enamorado del cementerio Inglés, el irlandés Ian Gibson ganó el premio Fernando Lara de Novela de 2012 con la novela La berlina de Prim, en ella el imaginario hijo de Robert Boyd, el periodista Patrick Boyd llega a un Cementerio Inglés que califica de “una belleza extraordinaria” a visitar la tumba de su padre.
En este punto destacar por último que también está enterrado el autor finlandés Aarne Haapakoski, Marjorie Grice-Hutchinson, o que la insigne poetisa María Victoria Atencia donó una piedra donde está esculpido su poema “Epitafio para una muchacha” que sigue estando en el llamado cementerio primitivo.
En el Cementerio Inglés de Málaga están enterrados algunos extranjeros que participaron, y fueron testigos de una forma independiente de la Guerra Civil Española. La ya nombrada Gamel Woolsey –la poetisa de las tumbas de los marineros- lo hará en Málaga en Llamas, y Edward Norton, que cargará los barcos mercantes con los productos de la fábrica de la familia Bevan, igualmente aportará su visión en Muerte en Málaga.
Pero si hay una conexión irrepetible entre Cementerio Inglés, Guerra Civil y el mar, no cabe duda, la misma tiene nombre de barco: Honey Bee, el yate familiar de los Grice-Hutchinson.
George William, que amasa su fortuna gracias a Louis Zborowski, el diseñador de los potentes coches de carrera Chitty Bang Bang, con motor de aviación, utilizados luego por Ian Fleming (el creador de 007) en su cuento infantil –que luego daría lugar también a la famosa película Chitty Chitty Bang Bang-, se traslada a Churriana y allí será conocido como “el inglés del cruce”, ayudando de forma muy generosa con educación y sanidad a todo el vecindario, incluyo trayendo desde la cosmopolita Tánger un novedoso aparato de Rayos X.
Cuando estalla la Guerra Civil, el inglés del cruce no duda en convertirse en la tabla de salvación de muchos perseguidos tanto por el bando nacional como por el bando republicano. Al igual que el cónsul mexicano Porfirio Smerdou es una especie de Schindler malagueño en su casa del Limonar Villa Maya, Grice-Hutchinson es una suerte de Pimpinela Escarlata malagueño disfrazado de pirata del Caribe. Con su yate atracado al lado del hotel Caleta Palace (hoy Subdelegación del Gobierno), con su inconfundible y vistoso papagayo sobre el hombro, se encargará de ir embarcando en la complicidad de la noche mediterránea, a todos aquellos que, de uno y otro bando, estaban llamados al paseíllo mortal por el Camino Nuevo o al fusilamiento en las paredes de otros cementerios que no eran el Cementerio Inglés.
El único cementerio de la ciudad donde están presentes las dos guerras mundiales, en la que España no participó, es el Cementerio Inglés de Málaga. Por un lado, cada 11 de noviembre se vuelven a rememorar a los caídos en la Primera Guerra Mundial depositando las típicas amapolas del llamado “Poppy Day”.
Por otro hay cuatro lápidas militares reglamentarias que corresponden a tres aviadores y un oficial de la Marina muertos durante la II Guerra Mundial. El primero en llegar hasta aquí fue John Patterson, oficial de la Royal Australian Air Force, cuyo aparato, un Vickers Wellington, se estrelló en el mar en la medianoche del 9 de enero de 1942 en las cercanías de Punta Europa, después de haber hecho escala en Gibraltar cuando realizaba un vuelo desde la base de Portreath (Cornualles) hasta Malta. De los seis tripulantes solo hubo un superviviente y se rescató un cadáver, el de Patterson. Los otros cuatro cuerpos nunca fueron recuperados.
Las otras tres tumbas datan de abril de 1946, cuando los hombres que habían sido enterrados en el cementerio municipal de Marbella fueron traídos hasta aquí. Se trataba del sargento de la Royal Air Force Francis Calladine, muerto el 31 de diciembre de 1942 cuando su avión cayó al mar a unas 19 millas al oeste de Gibraltar; el también sargento de la RAF Albert Ross, que perdió la vida al estrellarse en el mar su avión de reconocimiento con base en Gibraltar el 3 de junio de 1943; y, por último, el comandante del crucero ligero HMS Manchester Wallace Stranack, que falleció por las heridas sufridas al ser alcanzado su buque por un torpedo italiano el 23 de julio de 1941 mientras escoltaba un convoy que se dirigía desde Gibraltar a Malta. En ese ataque, además de Stranack, hubo otros 25 muertos o desaparecidos.
Precisamente, en Gibraltar también pasó el segundo conflicto mundial Desmond Bristow, criado en Huelva y capitán de los servicios de inteligencia británicos que controlaba en superficie el movimiento de italianos y españoles alrededor de la colonia gracias a una densa red de espías e informadores. Luego trabajó en los servicios de contraespionaje y sospechó de su amigo Kim Philby antes de que éste se pasase al lado soviético. Ambos habían reclutado al español Juan Pujol, Garbo, el agente doble más famoso de la II Guerra Mundial. Bristow estuvo al tanto de la operación Mincemeat, que oportunamente puso a un ahogado con documentos clasificados sobre una futura invasión del continente en manos del espionaje alemán en Huelva. Bristow se asentó en la provincia de Málaga, viviendo en Periana hasta su muerte y en el depósito de sus cenizas en el Cementerio Inglés en el año 2000.
Y si en el siglo XIX, el cementerio nace y se vincula al comercio marítimo, en el XX se va a crear un importante nexo de conexión con el origen y desarrollo de la marca turística “costa del sol”, ya que en él van a ser enterrados los pioneros de esta marca. Por ejemplo, el primero que contruye un hotel en Torremolinos fue George Langworthy, conocido como “El inglés de la peseta” porque se dedicó a repartir una peseta de plata entre los pescadores y la gente que se acercaba a su casa y les leía un salmo religioso. George Langworthy fue un militar nacido en Manchester en 1865 que tras la I Guerra Mundial quedó fascinado por un barrio de pescadores de Málaga al que llamaban Torremolinos. Se hizo propietario del Castillo de Santa Clara y lo rodeó de jardines y de tres miradores sobre el mar. Había nacido uno de los primeros grandes y encantadores hoteles de lo que después llegaría a ser un municipio independiente (Torremolinos) que llegaría a ser conocido como el Castillo del Inglés: así que no es de extrañar que nombraran a Langworthy hijo predilecto de Torremolinos. Hasta él llegarían a alojarse poetas de la generación del 27 como Cernuda; es más, en él se haría el primer desnudo de una mujer, Gala, que dejaría sus pechos a la mirada de todos en la playa mientras un joven llamado Salvador Dalí, la retrataba.
Poco tiempo después y justo al municipio de al lado, Benalmádena, llegó el empresario William Schenstrom y se instaló con su mujer, Elsie, y su hijo William Junior. Había nacido en París pero se fue a vivir a Nueva York y se hizo norteamericano. Como ingeniero había registrado una patente de estructuras soldadas para la construcción que le hizo millonario. Fue entonces cuando William y su familia regresaron a Europa para instalarse en la Costa del Sol y terminar las obras de un castillo rojizo que habían adquirido. Todos los albañiles llamaban al nuevo dueño de la misma forma que lo hacía su esposa, Bill, y a la mansión que estaban terminando de reformar terminó siendo el Castillo de Bill. Y como el hijo también se llamaba Bill, al final el castillo terminó llamándose Castillo de Bil-Bil, no por el pasado árabe de Benalmádena, sino por el William Schenstron que terminó siendo enterrado en el Cementerio Inglés en 1964 y por su hijo William Schenstron Jr.
Para finalizar destacar que el Cementerio Inglés de Málaga fue nombrado Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía en 2012 y está registrado en la asociación de cementerios significativos de Europa (ASCE) gracias a su gran valor artístico, histórico, literario y botánico.
En 2006, la propiedad del cementerio se traspasó a la Fundación Cementerio Inglés de Málaga, una entidad sin ánimo de lucro, fundada para preservar, mantener y administrar el Cementerio como parte del legado histórico de la ciudad.
Desde estas líneas os invito a que lo visitéis como bello símbolo de una Málaga abierta al mundo, cosmopolita y universal.