Por Jaime Aguilera García. Jefe de Servicio de Justicia.
Delegación Territorial de Regeneración, Justicia y Administración Local de Málaga.
El teletrabajo es imparable en la Administración y será una de las grandes revoluciones de los próximos años.
Cuando tomé posesión, hace ya muchos años, como Secretario General en la Delegación del Gobierno de Málaga, me encontré en mi nuevo y palaciego despacho con un virginal ordenador de mesa que apenas había sido utilizado (los oficios se dictaban de viva voz a la secretaria) y un transistor antiguo sintonizado en la Cadena Ser. Al día siguiente, al preparar con el informático todos los programas ofimáticos que necesitaba junto a la conexión a internet, me dijo que sólo los cargos de confianza tenían acceso a la red. Me extrañé y le dije que quería conexión a la red para todos los empleados públicos de la casa, que no entendía por qué no la tenían ya… La respuesta de un informático al que se le había puesto cara de pavor fue que no se había puesto internet a todos porque “a saber en qué páginas se iban a meter… y a distraer”
La desconfianza, el prejuicio grabado a fuego, e incluso alimentado por la propia institución, de que todos los empleados públicos, por definición, van a intentar trabajar lo menos posible, y a “distraerse” todo lo que puedan, sin duda alguna motivaba ese tipo de decisiones. Recuerdo que le dije al informático: ¿Y el teléfono? Se pueden “distraer” hablando con su marido a media mañana. ¿Y los propios ordenadores? Pueden escribir una novela negra mientras está sentado en su puesto de trabajo y supuestamente trabajando…
Yo venía de ser Jefe de Servicio en la Delegación recién creada de Innovación, dónde siempre queríamos ser los más modernos y no parábamos de inventar. No olvidaré a mi hija recién nacida y las noches en vela firmando en el portafirm@s a las cinco de la madrugada (y mi Delegada después diciéndome después que qué hacía firmando… a esas horas).
Por eso llegar a la Delegación del Gobierno, en este aspecto, no en otros, fue “volver atrás en el tiempo”, volver al tópico del funcionario de manguitos, al lugar común del funcionario carpetovetónico del “vuelva usted mañana”, un rancio funcionario del que hay que desconfiar porque su principal objetivo, como el de todos los de su ralea, es no dar un palo al agua…
Pues bien, algo parecido ha ocurrido con la pandemia y el teletrabajo. Decía Churchill que nunca hay que desaprovechar una buena crisis. Por desgracia, la tragedia de la Covid-19 ha traído del funesto brazo una revolución del teletrabajo, el confinamiento obligatorio ha sido el catalizador que se necesitaba para una transformación inevitable que era cuestión de tiempo. Pero desde mi modesta opinión, la desconfianza hacia el funcionario, ese mal endémico, ha motivado que las decisiones de las altas esferas de la administración de la Junta de Andalucía se hayan tomado, dicho sea con el máximo respeto, tarde y de forma tímida y parcial.
¿Qué problema hubiera habido si desde la declaración del estado de alarma se toma la decisión, valiente, y coherente con la distancia social ordenada por la propia Junta de Andalucía, de delegar en los centros directivos la directriz de teletrabajar todo lo que se pueda? ¿Por qué después de muchas semanas y negociaciones con los sindicatos se acordó un día como máximo a la semana como regla general?
La desconfianza: es la única explicación que le encuentro. Pensar en que si se da manga ancha al teletrabajo (como por otro lado está pidiendo la autoridad sanitaria y así lo están haciendo empresas privadas, e incluso, para más inri, otras Administraciones Públicas) esto puede ser un caos y la excusa perfecta para que “los funcionarios”, de nuevo el prejuicio de toda la vida, se escaqueen todo lo que puedan…
¿Por qué se me exigió en su momento, con total enfado por mi parte, una programación exhaustiva de trabajo, con listado detallado de tareas y objetivos, pero, ojo, solamente para aquellos compañeros que solicitaban teletrabajar? ¿Por qué no se me pidió la misma programación para los que se quedaban a trabajar presencialmente? Porque por desgracia se da por supuesto (como el valor en el ejército) que el “presencial”, el de toda la vida, cumple con su trabajo: porque el que acude por la mañana, ficha, se sienta en su mesa, sale a desayunar, vuelve, sigue trabajando y ficha de salida… ¿con ese? Con ese podemos estar tranquilos. Pero a saber lo que está haciendo el que está en su casa, a ese hay que atarlo en corto, que no lo vemos, que no sabemos si está trabajando o no… De nuevo la desconfianza.
Pero por suerte el teletrabajo es imparable en la Administración y será una de las grandes revoluciones de los próximos años. El teletrabajo es el hijo primogénito de la madre que lo hace posible: la mamá digitalización. Y ello conlleva una serie de ventajas que pueden ser:
- Productividad: una vez dado el salto a la digitalización es más fácil establecer tareas con resultados objetivos que se pueden hacer desde el despacho o desde casa. La información y los expedientes fluyen con mayor fluidez por los canales digitales generando, y eso es lo más importante, un servicio público más rápido en la entrada y la salida de información del que se beneficia el ciudadano.
- Autoorganización: si se apuesta por el teletrabajo se apuesta por la confianza y la responsabilidad, porque el compañero sabe los resultados que se esperan de él. Y esto es lo que algunos no entienden: a todos se debe exigir mucho más que su mera presencia en su mesa de trabajo, al que teletrabaja con más confianza porque no se le ve.
- Trazabilidad: Consecuencia de todo lo anterior es que es más fácil rastrear en el grupo de trabajo las tareas que ha hecho cada uno dentro de la nada opaca red digital, mucho más que si seguimos con los montones de expedientes en papel que no podemos saber a cada instante con cuales se ha trabajado o no. Incluso la comunicación profesional es más fluida por redes sociales o plataformas digitales (a veces demasiado). Quedarán para mis memorias de empleado público los grupos de wasap de mis compañeros del Servicio de Justicia en los peores momentos de la pandemia, grupos más activos que los de padres de colegio, que ya es decir.
- Ecologismo: si se nos llena la boca con mensajes a favor de la protección del medio ambiente, por qué tanto miedo con dar manga ancha al teletrabajo. Sólo por el ahorro de papel y la disminución de contaminación por medios de transporte al bajar los desplazamientos bien merece la pena apostar por esta vía.
- Conciliación familiar: Sin duda una de las grandes ventajas, que satisfacción ver compañeras abuelas que han podido echar una mano con sus nietos teletrabajando con sus expedientes mientras estos dormían. Porque volvemos a las ideas iniciales, no se trata de vincular el trabajo al mero presentismo sino a la autoorganización y productividad.
Pero, cuidado, no todos son ventajas. En mi modesta opinión también existen desventajas si se pivota demasiado en el teletrabajo:
- Pérdida de autodisciplina: En mi opinión la más común y la más peligrosa. En la pandemia hay compañeros que han trabajado a destajo, a cualquier hora del día, cualquier día de la semana. Y eso supone romper las barreras entre la familia y el trabajo, entre el ocio y el negocio, y nos lleva a un desequilibrio nada edificante.
- Se pierden también las tormentas de ideas que nacen en pasillos, en desayunos, en encuentros informales, y que son tan importantes, y tan necesarias.
- Creo que si todo el grupo está teletrabajando todos los días se difumina la cohesión colectiva, más allá de lo laboral, que genera un sentimiento de pertenencia al grupo, que es fundamental para superar momentos de crisis o estrés en el servicio.
Ojo, no digo nada novedoso, es más, la propia Junta de Andalucía, en su “Guía de recomendaciones y buenas prácticas para el impulso del teletrabajo” (https://juntadeandalucia.es/export/drupaljda/Guia_Teletrabajo.pdf) publicada en el 2010, es decir, hace ya más de diez años, apunta ya todo lo anterior:
Ventajas para la institución:
- Aumento de la productividad.
- Disminución del absentismo laboral.
- Reducción de costes por ahorro en espacio físico de oficina.
- Facilidades de contratación de personal cualificado independientemente de su lugar de residencia.
- El trabajo por objetivos induce una mayor racionalización del trabajo.
- Mayores posibilidades de cobertura geográfica.
Ventajas para el trabajador :
- Mayor conciliación de la vida laboral y familiar.
- Flexibilidad horaria y planificación del propio trabajo.
- Ambiente laboral sin interrupciones.
- Elección personal del entorno de trabajo.
- Reducción del tiempo y los costes de desplazamiento hasta la oficina.
- Reducción de accidentes laborales in itinere.
- Facilita el empleo de trabajadores con movilidad reducida.
Riesgos para la organización:
- En un primer momento, la tecnología necesaria y las adaptaciones organizativas suponen un coste.
- Imposibilidad de supervisión directa sobre los trabajadores.
- La dispersión de los trabajadores puede dificultar el aprendizaje derivado de la comunicación entre ellos, así como limitar su identidad corporativa.
- Dificultad de mantener la confidencialidad de los documentos e información de la empresa.
Riesgos para el trabajador:
- Menor comunicación con los compañeros de trabajo, peligro de aislamiento.
- Dificultad para separar trabajo y familia.
- Potencial disponibilidad durante las 24 horas del día, lo que puede generar pérdida de control sobre el propio tiempo.
- Posible asunción de gastos de calefacción, iluminación, etc.
- La promoción profesional puede encontrar dificultades.
- Tendencia a trabajar en exceso, autoexplotación.
Por último, ventajas para la sociedad en general:
- Potencia el uso de las TIC.
- Menor gasto de energía.
- Fortalece la red de apoyo familiar de las personas dependientes (mayores, menores, discapacitados, etc.)
- Disminuye el tráfico.
- Facilita el acceso laboral a los discapacitados físicos.
- Desarrolla el entorno local y rural.
Es evidente, por tanto, que desde hace muchos años se conocen todas las ventajas e igualmente se conocen los riesgos a evitar. La pregunta es entonces por qué ha tenido que venir una pandemia horrorosa para que se empiece a poner en práctica, y por qué incluso entonces se ha improvisado y se ha regulado con miedo y racanería. Insisto, aparte de la dificultad en implementar cambios en una institución paquidérmica como es la Junta de Andalucía, el principal motivo es la falta de confianza plena en su capital humano. Un capital humano que, salvo excepciones que siempre las habrá, es profesional y está comprometido con su trabajo.
No cabe duda de que el teletrabajo es un gran reto. Un reto para la propia institución que debe adecuar sus normas internas, sus espacios, la dotación de medios y plataformas telemáticas que han venido para quedarse. Un reto enorme de adaptación y de formación para todo el personal, para todas las categorías profesionales y para todas las edades. Me viene a la memoria compañeros cerca de la jubilación que sentían pavor a trabajar desde casa, que pensaban que no iban a saber, que no les merecía la pena un aprendizaje tan drástico… y sin embargo se arremangaron y hoy en día han sido capaces de teletrabajar con plena productividad.
Y después de ver las ventajas y los riesgos cada vez más me decanto por una opción híbrida: una vez descartada el presentismo al completo, también es muy peligrosa la opción de un teletrabajo al cien por cien. En el equilibrio está la virtud y quizás la alternancia de días presenciales y días de teletrabajo sea la opción que destila mejor todas las ventajas y que minimiza los posibles riesgos.
Dejemos de alimentar nosotros mismos una mala imagen del funcionario trasnochada e irreal que solo se da en unos pocos, no en la inmensa mayoría. Apostemos de una vez por todas por una regulación definitiva de la revolución del teletrabajo mezclado con la presencialidad, pero apostemos desde la confianza en el principal activo que posee la Junta de Andalucía: sus empleados públicos.
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