Cuando te adentras en el amor por el arte, nace el ARTE POR AMOR.
Con independencia de que la magia de la creación haga acto de presencia desde el primer momento de contacto, has de ser consciente de que persiste (entre líneas) un vocablo activo, rescatado de ese olvido en el que se hallan inmersos gran parte de los seres humanos, y que es una forma no personal, el Infinitivo del verbo no conjugado SER.
El presente simple y constante del verbo Ser «Yo soy» encierra un propósito activo: Ser siendo.
Fuimos, somos y seremos partes de un TODO, de un entramado pluricelular al que pertenecemos en origen, además de poseer una parte esencial y divina (el alma) diversificada en mil millones de maneras con el objetivo trascendente de experimentar en la materia y en la vida que se nos ha otorgado.
Así las cosas, somos iguales, idénticos en esencia y diversificados en la forma por capricho único y respetable de una elección y selección naturales.
— Yo soy tú como tú eres yo… — me dice el Sombrerero al sentirse creado, anudado a la materia y envalentonado por el poder que esta circunstancia ahora le otorga.
Prosigue en una alegre cancioncilla, pues son esos los modos y maneras de utilizar a propósito el lenguaje, en un homenaje profundo y sincero a quien creara su personaje, Lewis Carroll, su mentor.
Y prosigue:
Llevarás tu mano al centro
sentirás la vibración
de tu brújula interior.
Cuando tengas que elegir,
al tener que decidir
¡¡Siéntelo dentro de ti!!
Si un agradable calor
inundara el corazón
admitirás que es un ¡¡SÍ!!
El Sombrerero, ese gran monologuista, se diversifica en la materia entre lienzos, óleos y trementinas, se perpetúa en la fragua, al amparo de las tres arcillas, se ha encontrado con la artífice que le dio vida en un cruce de caminos, en el juego de los espejos, en el destino condicionado por el nombre recibido (Alicia) y, en definitiva, en el sortilegio recreado de un encuentro inesperado, La Hora del Té.
He aquí nuestra peculiar charla al amparo del arte por amor:
— No está usted tan loco como dicen, señor Sombrerero. Vive usted en un mundo del cual no quiere salir. Sabe que no quiere salir de él. Aunque, no sé qué decir. Tampoco entiendo su labor aquí… ¿todo el día preparando Té…
— Insensata ¿Preparando Té? ¿Crees que es esa mi labor? Te digo que Te sientes y comparTe conmigo este Té tan vehemente. Te agasaja un amigo—lanza una invitación que no puedo rechazar, gestos estudiados y una reverencia aduladora.
Enfatiza cada sílaba «Te» con una especial dicción de la lengua sobre sus paletas, inusualmente separadas. Observo sus manos por primera vez en nuestra conversación. Entonces entiendo el proceso: Cada taza de té es preparada con especial esmero, de una forma sutilmente diferente, con dedicación extrema para conseguir un fin.
— Sombrerero loco soy, ¡¡a mis amigos me doy…!! —canturrea de nuevo.
De entre las mangas de su camisa extrae un polvito verde, que en un abrir y cerrar de ojos se volatiliza en el contenido de una nueva taza de té, deslizada desde su chistera en un rápido movimiento de dedos. Me lo tiende con una sonrisa que refresca la angulosidad de su rostro.
— ¡¡TómaTe el Té, Testaruda!!
Miro en sus ojos, sorbo de la taza, bebo su locura:
— Me temo, señor Sombrerero, que la locura es la esperanza en la espera de la fe verdadera— lo miro sorprendida—¡¡Ahora me expreso como usted!!
Nuestras carcajadas resuenan triunfantes en este País de locos creado a nuestro libre albedrío, donde el Arte es Amor y el Amor es Arte. Y es que tampoco quiero marchar de aquí, ahora lo sé.
A ti que me lees: ¿Hace una taza de Té para que al levantarTe puedas sonreirTe en ese espejo que es «usTé»? ¡¡Que así sea!!
Autora: Alicia López Tarrida
(Consejería de Educación. Monitora Escolar)
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