Tecnología mirando hacia atrás.
Por Ana Mª Segura Santos.
Auxiliar Administrativo
Secretaría de Dirección
Hospital Universitario de Puerto Real.
Si buscamos la denominación de Tecnología en las tareas burocráticas encontraremos la palabra ofimática y si queremos afinar un poco más, su definición dice que “ designa así al conjunto de técnicas, aplicaciones y herramientas informáticas que se utilizan en funciones de oficina para optimizar, automatizar, mejorar tareas y procedimientos relacionados”. Hasta aquí todo es normal y cotidiano pero, no siempre ha sido así, una funcionaria de la Sanidad Pública Andaluza, como yo, puede dar fe del largo camino que hemos recorrido para llegar hasta nuestro estatus tecnológico actual.
La gente de mi generación hemos nacido y nos hemos criado entre relojes analógicos, televisores en blanco y negro y teléfonos de rueda, donde lo más parecido a un teléfono móvil era la cabina telefónica que te encontrabas en los alrededores y para la que siempre debías llevar alguna “moneda suelta” para llamar a casa si llegabas tarde. La escritura manual era fundamental, además con buena caligrafía, no solo era suficiente no cometer faltas de ortografía, además, había que tener una “buena letra”. A la hora de felicitar las fiestas navideñas, de invitar a algún evento o de mantenerte en contacto con alguien en la distancia, tenías que armarte de folios, un buen bolígrafo, sellos y sobres. El correo electrónico, messenger o whatsapp aún no habían hecho acto de presencia en nuestras vidas. En cuanto a herramientas, solo hasta llegar a nivel de instituto conseguimos alguna “ayudita” proporcionada por aquellas calculadoras “Casio” que convertimos en nuestros semi-dioses. Hasta ahí solo contábamos con las reglas matemáticas y nuestro propio disco duro mental, bueno, contar con los dedos siempre fue el comodín para salir de algún apuro….pero no estaba bien visto.
Allá por los años 80, cuando las bases de datos eran unos bonitos cuadernos apaisados con pastas duras y líneas en blanco, que a veces se complementaban con unas fichas de cartulina archivadas alfabética o numéricamente; nuestras herramientas consistían en una gigantesca máquina de escribir mecánica (Lexicon 80) y papel de calco, que colocábamos estratégicamente entre folio y folio para poder transcribir los informes de alta de nuestros usuarios por triplicado…eso sí….procurando no cometer errores porque, imaginen la labor de corregir también por triplicado cualquier errata con nuestro más fiel aliado: el corrector líquido y su “pincelito mágico”.
Unos años más tarde y coincidiendo con la apertura de un nuevo centro hospitalario con tecnología punta de la época, nos dotaron de una novedosa máquina de escribir eléctrica. Esta contaba con una pequeña pantallita en la que podías ver todo lo que ibas escribiendo hasta completar una línea y ….¡¡¡maravilla de las maravillas!!!, mientras no pulses la tecla “intro” podías corregir cualquier error en pantalla antes de que se imprimiera en el papel, así, línea a línea, fuimos haciéndonos amigos de aquel invento que había venido a ayudarnos en nuestras tareas diarias.
Es importante en este punto parar y explicar que, en cuanto a la formación sobre el manejo de todas estas novedades laborales, era nula o inexistente, más bien estaba basada en el famoso “ensayo-error”. Quizás no sea el mejor de los métodos pero funciona, os lo puedo asegurar. La necesidad obligaba.
Pero claro, los avances tecnológicos no pararon ahí. Ya metidos en los noventa y tantos llegó… metido en una gran caja de cartón aquel artilugio, totalmente desconocido, sin manual de instrucciones, como un nuevo compañero de oficina a quien nadie había invitado y que producía mucha desconfianza basada en el desconocimiento y que además, tenía toda la pinta de que llegó para quedarse. El ordenador.
En principio casi todas nos mostramos reacias a profundizar en aquella nueva herramienta, (lo relato en femenino porque la gran mayoría del personal administrativo en nuestras instituciones sanitarias éramos y seguimos siendo mujeres). Todavía recuerdo a una compañera, de las mayores, que mantuvo el ordenador que le asignaron en su caja, encerrado, durante meses y meses, presidiendo la secretaría sobre un archivador. El temor a lo desconocido era mayor que la curiosidad. Hasta ese momento habíamos tenido bastante con aquellas sumadoras de papel continuo que emanaban metros y metros de papel, evidencia física de aquellas interminables operaciones matemáticas.
Estaba claro que algo estaba cambiando, las novedades tecnológicas iban introduciéndose en nuestras vidas laborales, sin prisa, pero sin pausa. Una mañana como otra cualquiera, el jefe de la Unidad de Nefrología, a la que yo estaba adscrita en aquel momento se acercó a mí con un cuadernillo en la mano, una mirada interrogante y me preguntó: “Ana, ¿sabes manejar un procesador de texto?”, en ese momento me sentí fatal, no tenía ni idea de lo que me estaba preguntando… yo, la que lleva a gala su profesionalidad y buen hacer, la que siempre apostaba por la mejora, ¿qué podía responder?…respiré hondo y dije: no tengo ni idea, pero todo se puede aprender. ¡¡Eureka!! , parece que esa era la respuesta adecuada porque el añadió: “te dejo este manual de la aplicación Word Perfect y te doy una semana para que practiques con él”. ¡¡Vaya!! , en ese momento comprendí que no se podía aplazar más mi cita con la informática de última generación, fuera miedos, eso sí, antes de comenzar a teclear en aquel primitivo ordenador, me aseguré muy mucho de que ninguna metedura de pata por mi parte pudiera ocasionar algún desastre en la información que ya estuviese allí guardada, eso era fundamental para mí….trabaja, pero seguro.
Mi primer contacto con aquella lejana aplicación fue desconcertante, por una parte se mezclaba mi desconfianza ante aquella pantalla con la que de momento no me entendía y, por otra parte, mi curiosidad por saber hasta donde me podría ayudar a mejorar la calidad de mi trabajo. En fin….manos a la obra…después de todo, no se ha escrito nada de los cobardes. Había que echarle ganas a aquel reto. Tengo que añadir en este punto que para colmo, por aquellos años el sistema operativo bajo el que trabajaban nuestros procesadores era DOS, un sistema poco intuitivo y con una triste pantalla con el fondo color negro, nada que ver con nuestros actuales e interactivos Windows.
Una vez pasada la primera toma de contacto, fui entendiendo la ventaja que me proporcionaba elaborar escritos en pantalla, no tenía que imprimirlos inmediatamente, podía guardarlos, podía reutilizarlos, podía crear nuevos patrones de modelos variados, descubrí una infinidad de posibilidades que ahorrarían tiempo y mejorarían la calidad de mi actividad diaria….aquello empezaba a gustarme. Con la finalidad de hacer más fácil mi interactuación con aquella aplicación, me fabriqué una plantilla de cartulina con las funciones rápidas (desde F1 hasta F12) y la pegué con cinta adhesiva encima del teclado. Ese fue el colofón de mi conquista.
En fin, ese fue el comienzo de mi larga relación con el software y el hardware, el correo electrónico, los procesadores de texto y las bases de datos, los editores de imágenes y presentaciones, las hojas de cálculo y todas esas utilidades que nos hacen la vida laboral más fácil y nuestra actividad más ágil y eficaz. Ahora, en los tiempos del teletrabajo, de las reuniones por videoconferencia, las agendas virtuales, si miro hacia atrás entiendo que no ha sido fácil, hubo que dejar atrás miedos a lo desconocido y dejarse llevar por los avances tecnológicos. Poner motivación donde solo había desconocimiento, pero mereció la pena y bravo por todas aquellas compañeras y compañeros de mi generación, que hemos sabido adaptarnos a los tiempos y aquí seguimos, aprendiendo y dando lo mejor de nosotros mismos.
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