Reyes Damigo González
Oficina del Registro de Propiedad Intelectual
Sevilla
En la sevillana calle Cuna se encuentra el Palacio de la condesa de Lebrija, conocido gracias al título nobiliario con el que el rey Alfonso XIII distinguió a su propietaria, doña Regla Manjón y Mergelina, en 1912, un honor que heredó de la tía de su padre, Rafaela Ortiz de Zúñiga y Fernández de Valdespino (1755-1811), V condesa de Lebrija.
Doña Regla (1851-1938), descendiente de una familia de abolengo de Sanlúcar de Barrameda dedicada a la empresa vitivinícola, vivió desde su adolescencia entre su ciudad natal y Sevilla, y en ambas propiedades pudo disfrutar de los legajos, libros, cuadros, cerámicas y demás antigüedades familiares que tanto le influirían en su personalidad, convirtiéndola en una gran coleccionista.
Contrajo matrimonio ya en su madurez, en el año 1895, con Federico Sánchez Bedoya, un sevillano dedicado al cuerpo militar, con rango de capitán de Artillería, que abandonó por una carrera política, llegando a ser diputado a las Cortes, vicepresidente del Congreso y Gobernador Civil en Madrid. Pero lamentablemente Federico falleció solo tres años después, el 20 de mayo de 1898 y fue el principio de una serie de ausencias familiares que, sin duda, iría dejando una serie de vacíos difíciles de cubrir, entre ellos, sus dos hermanos en 1899 y el de su madre, acaecida en 1900.
En este contexto de tristeza y tras la herencia recibida, entre ellas la empresa vinícola, fue cuando doña Regla debió tomar la decisión de comprar una casa para sí, y su elección no debió ser un asunto baladí, ya que debía ajustarse a sus más altas pretensiones. Finalmente, en 1901 adquirió mediante subasta pública a los herederos de los condes de los Corbos por un millón de pesetas un palacio del siglo XVI, originario de la familia de los Paiva, un lugar donde, según la cultura popular, la viuda del conde de los Corbos había sido emparedada y suplantada por una rival. Pero quizás, el mayor inconveniente fue el abandono y deterioro considerable que había sufrido el edificio.
Pero la condesa, de gran carácter, lejos de atemorizarse con tales supersticiones y viendo una suerte de oportunidad en su adquisición, desde ese mismo instante se dedicó en cuerpo y alma a ampliar, renovar y embellecer la que sería su última morada, un lugar donde guardó las veneradas historias de sus antepasados y familiares más queridos, junto con las colecciones que fue acumulando durante toda su vida.
Fue a partir de entonces cuando su pasión arqueológica se acrecentaría, llegando a ser la colección a la que más empeño y capital dedicó. Prueba de ello es que el mismo año que adquiere la casa compró su primer mosaico, de forma ochavada, lo cual obligó al arquitecto encargado, José Sáinz y López, a modificar la distribución del palacio (Sala Ochavada). Lo mismo ocurriría con los demás mosaicos que fue encontrando, los cuales adaptó hasta completar las zonas anexas. El último, denominado Los amores de Zeus, destinado al patio principal fue su mejor adquisición, comprado en 1914, junto con otros dos, hoy ambos en el Museo Arqueológico de Sevilla.
Pero no hay que olvidar que esa intensa dedicación no tuvo una finalidad exclusivamente para un disfrute privado. Le serviría para legitimar su título nobiliario, y lo consideró de una importancia tal, que llegó a escribir un manuscrito donde explicó los datos y objetos más importantes de su casa, casa que más que una morada, la concibió como un museo, con un carácter semi-público, para el cual solicitó su inclusión en el Catálogo de Monumentos Histórico-Artísticos, algo que se le otorgó años después de su fallecimiento, en 1968.
Siguiendo el modelo de palacio sevillano, en esta casa existe una especie de recorrido ceremonial, iniciado desde la propia fachada, pasando por el zaguán y el patio principal, desde el cual se accede a la escalera que conduce al salón principal y la biblioteca, situados en la primera planta.
Prácticamente inalterado desde su construcción, tras el gran portón de entrada, se encuentra el amplio Zaguán, decorado con unos azulejos del siglo XVIII provenientes de la casa de sus abuelos en Arcos de la Frontera (dedicados a los sentidos y a los continentes), una reja que pudo adquirir del monasterio de San Jerónimo cuando estaba siendo desmantelado y un pavimento de maravillosos mármoles italiacenses, opus sectile, comprado en 1902, que nos adentra en el patio principal, porticado, donde aparte del mosaico mencionado, destacan las yeserías de estilo neomudéjar tan en boga a principios del siglo XX.
Según la costumbre de los palacios sevillanos, la planta baja fue utilizada en periodo estival, y aparte del arte musivario, también fue el destino del resto de su colección arqueológica, entre las que destacaban esculturas clásicas y diversas vitrinas con vidrios, lucernas, objetos de bronce, agujas de hueso, vasijas de terra sigillata, camafeos, vasos griegos y un sinfín de objetos de diversa procedencia.
Prosiguiendo el recorrido, nos encontramos con una magnífica Escalera que fue ideada totalmente por la condesa. Sustituyó la anterior, estrecha y angosta, por una nueva de grandes dimensiones, aunque de forma simple, de ida y vuelta, con dos descansillos desde los que se puede divisar los dos patios. No quiso llevar a cabo una imperial, existentes en la ciudad, prefiriendo una “escalera andaluza, con tres tramos desiguales, tan frecuentes en nuestros palacios”. De ella habría que destacar el magnífico artesonado y los frisos con bustos, ambos renacentistas procedentes del antiguo palacio de los duques de Arcos en Marchena que ella visitó por primera vez en 1904, y nos cuenta que, aunque ya habían vendido la mayoría de sus tesoros, pudo salvar el artesonado y los frisos gracias a que las telarañas no dejaban ver tales ornamentos, situados una de las torres del marchitado palacio.
Algo similar le sucedió con los azulejos, provenientes del convento de San Agustín (Sevilla), algunos fechados en 1585 y 1611. Al parecer, tras su desamortización, el convento se convirtió en presidio y sus reclusos destrozaron los alicatados de todas las estancias, agolpándose en una especie de sótano que ella visitó y logró, tras un esfuerzo titánico, clasificarlos hasta poder reconstruirlos e incorporarlos a esta estancia.
Fue sin duda, uno de los lugares más destacados de la casa, y precisamente por esto, ella decidió revestir los paramentos superiores con supuestos retratos de los familiares de la última condesa de Lebrija, los Ortiz de Zúñiga, como medida legitimadora del título al que aspiraba.
Y, por último, la planta alta, cuya habitabilidad era para el periodo invernal, la destinó a su colección pictórica, distribuida por todas las estancias. Las Galerías que rodean el patio principal fueron las depositarias fundamentalmente de los retratos de sus antepasados más remotos, y las obras pictóricas que consideró más importantes las dispuso en el salón principal, denominado Salón Rojo, por el color de sus paredes (hoy en azul). Entre ellas, destaca presidiendo la chimenea una tabla del siglo XVI, dedicada a San Roque, San Benito y San Sebastián. Interesantes son también dos jarrones chinos, con dragones con cuatro garras, signo distintivo de que eran fabricados para una persona de la dinastía real.
Anexa al Salón Rojo se encuentra la Biblioteca, una suerte de retiro para la condesa. Considerada como su estancia preferida, fue donde ubicó los retratos de sus seres más queridos, el de su sobrino fallecido en la Guerra de Marruecos, Pedro Manjón y Palacio y el de su marido, Federico Sánchez Bedoya. Acompañando a los anteriores, también se podía ver su propio retrato, pintado de Sorolla, hoy en la planta baja.
Pero sin duda, lo más significativo de esta sala es su magnífica colección bibliográfica, con algunos incunables. Llegó a reunir unos seis mil libros, aunque dispuso por vía testamentaria que, tras su muerte, dos mil fueran donados a la Universidad de Sevilla. Precisamente en la Iglesia de esta institución, en el Panteón de Sevillanos Ilustres, es donde descansan los restos mortales de doña Regla, fallecida en 1938, junto a los de su marido, Federico Sánchez Bedoya.
Podéis acompañarme en la visita a la Casa Palacio de la Condesa visualizando el siguiente vídeo:
Créditos:
- ACL (Archivo de la condesa de Lebrija). Escritura de compraventa de la casa de la calle Federico Castro, 18 (hoy calle Cuna).
- Roda Peña, José (2007-2008): “Los bienes artísticos de Diego de Paiva, un comerciante portugués en la Sevilla del siglo XVII”, Atrio, 13 y 14, pp. 133-160.
- ACL. Manuscrito de la Descripción de la casa de la calle Cuna, 18.
- Sobre la problemática adquisición de este mosaico ver: Damigo González, Reyes/ Gandarillas Cordero, Adolfo (2021): “Rodrigo Amador de los Ríos, Itálica y la condesa de Lebrija”. Estuco. Revista de estudios y comunicaciones del Museo Cerralbo, 6, pp. 132-180. https://www.libreria.culturaydeporte.gob.es/libro/estuco-revista-de-estudios-y-comunicaciones-del-museo-cerralbo-no-6-2021_9821/
- Se trata de los mosaicos denominados “Baco” y “Las cuatro estaciones y Baco”.
- Decreto 2038/1968, de 27 de junio por el que se declara monumento histórico-artístico la Casa Palacio de la Condesa de Lebrija en Sevilla.
- López Rodríguez, José Ramón (1979): “Terra sigillata procedente de Itálica en la colección de la Casa de la condesa de Lebrija”, Studia Archeologica, 58, pp.81124. LÓPEZ RODRÍGUEZ, José Ramón (1981): “La colección de lucernas de la casa de la condesa de Lebrija (Sevilla)”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) 47, pp. 95140. Beltrán Fortes, José (2006): “La colección arqueológica de la “Casa de Lebrija” en Sevilla: la condesa Regla Manjón (18511938) e Itálica en los inicios del siglo xx”, Mus-A: Revista de los Museos de Andalucía, 7, pp. 106110.
- ACL. Manuscrito de la Descripción de la casa de la calle Cuna, 18.
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