Por Rafael Ureña Llinares,
Profesor de Matemáticas
I.E.S. La Pandera
Los Villares, Jaén.
Mientras me desentumezco,
me estiro con desgana,
doy un bostezo y languidezco,
de buena gana me ofrezco
a musitar una nana.
En los brazos de Morfeo
me debato agonizante:
noto, brusco y fulminante,
un ligero balanceo
de cabeza hacia adelante.
Entre modorra y vigilia,
un pertinaz titubeo.
Si no me opongo a Morfeo
el sueño así se concilia
con el menor parpadeo.
Tan mal voy que lo agradezco,
si entre tanto cabeceo,
me dan un buen zarandeo
por si acaso desfallezco
en los brazos de Morfeo.
El ingenio mío de hoy
no está nada predispuesto.
Retrepado aquí en mi puesto
las cabezadas que doy
casi me dejan traspuesto.
Otras cuantas cabezadas,
la visita intermitente
que este sueño impertinente
guía en el reino de las hadas,
y de la bella durmiente.
Morfeo ataca de nuevo:
no alcanzo a vencer el sueño,
de este lance se hace dueño;
pues por más que me sublevo
Morfeo no ceja en su empeño.
No, en su empeño no ceja.
Me invade tan fuerte sopor
que seguro estaría mejor
dormido, planchando la oreja
que mirando al monitor.
Morfeo vilmente me asedia,
el sueño implacable me asesta
zurriagazos en la testa.
Si alguien no lo remedia
me voy a echar una siesta.
Maldito seas, Morfeo.
Siento pestañas pesadas
y, viniendo en oleadas,
tanto sueño que ni veo
con mis pupilas veladas.
Morfeo, siempre conmigo,
pesado, no me abandona;
me reserva otra encerrona.
Milagro sea si consigo
olvidar cama o poltrona.
Insiste de nuevo Morfeo,
me hace una sutil jugada
¡qué soporífera trastada!
El irresistible deseo
de hincar la cabeza en la almohada.
¡Qué terrible panorama,
ya no sé ni donde estoy!
¿Me he levantado hoy
o sigo acostado en la cama?
¡Qué dormidísimo voy!
Vencido yo por el muermo
Morfeo gana la batalla,
ya he tirado la toalla,
ya no aguanto más: me duermo
ya mi aguante por fin falla.
En los brazos de Morfeo
me caigo desfallecido.
Al final he sucumbido
dulcemente, pues me veo
profundamente dormido.
El combate fue reñido:
cual tenaz mastín, Morfeo,
no cedió en su forcejeo.
Con la suya se ha salido
y se ganó su trofeo.
Comenzando en un silbido
coreando un balbuceo,
a modo de vitoreo
un estruendoso ronquido
loa el triunfo de Morfeo.
Roooon, Gzzzzz.
Los grandes ronquidos que doy
en mitad del lance lírico
son veraz refrendo empírico,
que confirma que ya soy
un convicto aedo onírico.
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