Por Carmen Valencia Jimenez
Supervisora del Bloque Quirúrgico y Celadores
Hospital de Alta Resolución de Lebrija
Salí del turno como a las 20:30 h. Hacía una tarde cálida, el sol brillaba como en primavera, cegándome el camino por la carretera de vuelta a casa. Ya me había acostumbrado a la soledad de la carretera. No me cruzaba con nadie, nadie iba ni venía de vuelta. Todos estábamos confinados. De todas formas si me hubiera cruzado no me hubiera percatado. Me ahogaban las lágrimas en los ojos, la garganta me quemaba. Tomé la salida a la carretera con la seguridad que ya no lo vería más. Mis manos apretaban el volante y sudaba mi indignación entre mis dedos, preguntándome por qué no pude hacer nada, por qué me tocó vivir la soledad de una persona en sus últimos días. Sin manos a las qué cogerse, sin caras conocidas, entre personas vestidas con los EPI a las que tenía que preguntar, en muchos casos, quiénes éramos. Estaba hundida y cabreada.
Sería por el mes de febrero de 2020 cuando conocí a José Miguel. Venía tras un descanso de tres días. José Miguel era un muchacho de 35 años con un Cáncer de Pulmón, estaba ingresado en la habitación nº 8, siempre con la puerta cerrada, porque nos decía que no soportaba el calor.
Cada mañana, antes del claustro de mi despacho, tomaba un café con las enfermeras, las TCAE y los celadores. Recuerdo que ese día faltó Rocío porque se encontraba enferma, teníamos la planta llena de pacientes, así que les eché una mano para repartir la medicación de primera hora.
Entré por primera vez en su habitación. El sol dormía sobre su cama, dando una luz saturada a la habitación. José Miguel estaba sentado en su butaca. Olía a agua de colonia, fresca y suave, que daba a su habitación una sensación agradable de bienvenida a quién entraba. José Miguel miraba sin parpadear, con la extraña mirada de quien tiene los ojos desnudos de pestañas y cejas, con una tez grisácea y brillante. Tampoco tenía cabello. Al mirar sus manos buscando su catéter venoso me las ofreció como quien ofrece su alma. Se encontraba ahogado y sudaba muchísimo. Sin embargo, su habitación estaba completamente helada.
Cogí por costumbre asomarme cada mañana al iglú de José Miguel y charlábamos, me contaba, le contaba, le ponía su medicación e imaginábamos irnos de cervezas y tapas cuando todo acabara, hablando entrecortado y con síntomas de agotamiento mientras inspiraba una pequeña cantidad de aire, que apenas le permitía decir dos o tres palabras seguidas.
Estudié su Hª de Salud:
Varón de 35 años de edad, fumador (35 paquetes/año), sin antecedentes patológicos. En octubre de 2019 fue ingresado en el hospital local por una historia clínica de dolor torácico, tos y cansancio de 2 semanas de duración; se encontraba afebril y no había perdido peso. En la exploración física era evidente el mal estado general del paciente. La auscultación pulmonar reveló hipoventilación general con roncus dispersos. En la radiografía de tórax se puso de manifiesto una consolidación parcheada con broncograma aéreo. Se estableció el diagnóstico de neumonía bacteriana y se administró tratamiento antibiótico de amplio espectro (cefalosporina seguida de levofloxacino). Al cabo de dos semanas se añadieron corticoesteroides, con una ligera mejoría, aunque breve, de los síntomas.
A las cuatro semanas del ingreso el estado del paciente empeoró. El dolor torácico aumentó y apareció una importante disnea, por lo que en diciembre de 2018 se sometió a un TAC de tórax. Las imágenes TAC torácicas revelaron una consolidación parcheada con broncograma aéreo y se sospechó de carcinoma broncoalveolar, confirmado mediante biopsia bronquial en enero de 2020.
Tras varios meses duros de quimioterapia, José Miguel ingresaba de vez en cuando en nuestra unidad cada vez que se producía un empeoramiento de su salud. Él sólo quería ingresar con nosotros en nuestra casa.
En marzo, tras la declaración del estado de alarma, José Miguel se quedó completamente solo en su habitación helada. Ya no recibía visitas, era muy peligroso. El muchacho dejó de sonreír y de charlar, apenas abría los ojos cuando se le hablaba. No pedía nada, no quería nada…
Esa mañana entré en su habitación, todavía estaba a oscuras. Abrí un poco la persiana para que entrara algo más de claridad. José Miguel me dijo que tenía mucho calor y que no le había hecho efecto la medicación. Lo vi muy mal. Me reuní con el personal para preparar sus últimas horas, recuerdo que apenas si teníamos EPI, pero el equipo se las apañó para preparar cuatro unidades para la familia. Hablé con el personal de mantenimiento para que me facilitaran ventiladores y me consiguieron dos. A las 11 de la mañana ya estaban allí sus padres, su hermano y su pareja, les ayudamos a ponerse los equipos de protección. Cuando entraron en la habitación de José Miguel se encontraba postrado sobre la cama, con tan sólo un camisón y los pies céreos al aire, abrió los ojos como dos faros, sonrió y extendió sus brazos.
Esa tarde no me fui a casa a comer a la hora de siempre. Vi muy mal a José Miguel. Quería hacer algo especial por él, no se merecía morir en soledad. Ni él ni ningún paciente ingresado solo por la pandemia.
Antes de marcharme y quitarme el EPI me acerqué a su cama rodeada de su familia, con sus dos ventiladores, uno a los pies y el otro en la cabecera. Le pregunte: “¿Qué te falta, José Miguel?” Y me dijo “nada, estoy en el paraíso”.
Ojalá hubiéramos podido despedir así durante la pandemia a nuestros seres queridos, a nuestros pacientes…
Si tengo algo que agradecer a esta época de la historia que nos ha tocado vivir, es haber comprendido y ser conscientes de la verdadera situación de muchos de nuestros pacientes, aprender que hay también una gestión de salud que sirve también para apaciguar la soledad, acompañar y el miedo a ser abandonados en la enfermedad, en los últimos momentos de nuestra vida, ante la muerte, o a estar lejos de los que amamos, al olvido…
He aprendido lo que es la gestión a pie de cama y que eso también se traduce en un equipo de profesionales que no tienen precio, que se entrega en las situaciones más insospechadas, dándose a su trabajo por entero y que dan el verdadero valor a cuidar.
¡ Gracias por todo José Miguel !
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