Por Lucía Quiroga Rey
Asesora técnica
Delegación del Gobierno en Málaga
Todavía recuerdo con claridad aquel año de 1995 en que tomé posesión como Funcionaria de la Junta de Andalucía. No empezó muy bien la cosa porque, como la plaza que me ofertaron era en Huelva y yo vivía en Sevilla y tenía un bebé de poco más de cuatro meses, tuve que pedirme excedencia “forzosa”. Y digo “forzosa” porque yo quería trabajar, quería, con toda mi ilusión, empezar a aportar todo lo que suponía que sabía y, sobre todo, quería aportar mis ganas y mi pasión por lo público. Pero, en esos tiempos, pensar en ir y venir a Huelva cada día con un bebé tan pequeño, se me presentaba como algo imposible.
En uno de esos paseos por Sevilla con mi bebé, un poco cabizbaja porque, insisto, si mi plaza hubiera estado en mi ciudad, podía haber compatibilizado su cuidado y mi trabajo, recalé en la entonces Consejería de Gobernación, donde estaba la Dirección General de Función Pública, para consultarles acerca de algunas dudas que tenía sobre las excedencias. Y esta visita cambió por primera vez mi vida administrativa; sólo fue la primera vez porque hubo muchos otros acontecimientos que se fueron sucediendo a lo largo de los siguientes años, que también harían dar un vuelco a mi situación como funcionaria en la Junta de Andalucía.
En aquella visita que os decía, creo que la mujer que me atendió notó mi desazón y con toda la empatía del mundo me preguntó: “pero, ¿qué te pasa? ¿No estás contenta con estar en excedencia?”. Fue tal su sintonía y apertura que, como si fuera una amiga de toda la vida, le conté mi situación, mis dudas, mi desencanto… Y entonces empezó a darme soluciones que no relato aquí por no extenderme. El caso es que, creo recordar que esa visita fue en el mes de febrero de 1996 y en mayo de ese mismo año estaba incorporándome, ¡por fin!, a una plaza en la Consejería de Cultura en Sevilla.
Además de mi propio carácter en sí, tendente a la colaboración, al trabajo en equipo, a la importancia que le doy a las emociones y a su cuidado, en mí misma y en todas las personas que me rodean, creo que desde aquella visita me grabé a fuego que nunca dejaría que nadie que estuviera en mi círculo de influencia, en mi entorno profesional (en el personal ya lo tenía claro), sufriera en el trabajo por algo innecesario. Y entonces, aunque no le había aún puesto nombre, decidí que mucho más importante que la nómina monetaria de final de cada mes, era esa otra “nómina emocional”. Y empecé a trabajar el cuidado de las personas desde cualquiera de los puestos que fui teniendo, desde el puesto base en el que me incorporé, hasta los puestos directivos que tuve el placer de ejercer durante algunos años. Y hoy, tras casi treinta años en mi organización, así intento seguir…
Hoy soy plenamente consciente de que, lo que antaño empecé a desarrollar como una forma de trabajo “sin nombre”, en el que siempre estaban las personas y su cuidado en el centro de cualquier actuación, se llama felicacia, cuyo elemento central son, precisamente, las personas, su cuidado, su desarrollo personal y profesional y la búsqueda de herramientas que hagan de nuestras organizaciones lugares amables y eficaces, por supuesto.
Pero, ¿qué es el salario emocional? Gráficamente, la existencia o no de este salario para dos personas podría representarse en la siguiente imagen cuando se levantan cada mañana para ir a trabajar:
Supongo que a la mayoría nos gustaría despertarnos como la persona de la izquierda… y, evidentemente, aunque para ello influyen muchísimos aspectos de nuestras vidas, en este artículo me centro en el aspecto laboral, porque no olvidemos que nos pasamos el 30 % de nuestra vida trabajando.
Así es que, en mi opinión, para conseguir despertarnos dando saltitos y con energía, una de las cosas que más nos influyen en nuestros lugares de trabajo es el salario emocional que percibimos o que no percibimos, ese otro salario que hace que las personas seamos más felices en nuestras organizaciones. Y en este sentido, antes de avanzar, me detengo en tres afirmaciones que, seguro, habéis escuchado, incluso “sufrido” alguna vez en vuestros lugares de trabajo por parte de compañeros o de personas líderes de vuestros equipos, y que nos indican, desde ya, la dificultad de poder tener en cuenta, o de aplicar, este salario:
– La primera: “a ver, de qué me hablas, ¿de felicidad? Pero si estamos hablando de trabajo, ¿no?”.
– La segunda: “mira, yo, de ocho a tres soy una persona y luego a partir de las 3 soy otra; osea, que es cuando empiezo a vivir”. Esta siempre me llama mucho la atención porque aún sigo dándole vueltas a como se hace eso de ser dos personas en una.
– Y la tercera y esta, tengo que reconocer, que además de no estar conforme con ella, llega casi a enfadarme porque me parece muy cruel, es cuando se dice: “mira, a la oficina se viene llorado de casa”. Osea, que entiendo que las personas que dicen esto consideran que cuando te levantas, además de asearte y tomarte un café, tienes que acordarte de llorar un rato, por si acaso…
Siguiendo con nuestro deseado salario emocional, ¿os imagináis que a final de mes, además de nuestra nómina monetaria, tuviésemos una nómina emocional? Estoy segura de que, por supuesto, cubiertas nuestras necesidades básicas, estaríamos deseando ir a comprobar el saldo de esa otra nómina…
¿Cuántos euro-motivación, euro-reconocimiento, euro-empatía, euro-confianza…, habré ingresado este mes? Quizá nos diéramos cuenta de que querríamos pedir un “aumento de sueldo emocional”, o quizá no, quizá nos sirviera para comprobar que, efectivamente, estamos en una organización muy saludable.
Podemos analizar ese salario emocional DESDE UNA PERSPECTIVA MULTIDIMENSIONAL:
- DESDE LAS PERSONAS: DESDE NOSOTRAS MISMAS.
- DESDE LOS EQUIPOS: DESDE LA RELACIÓN ENTRE LAS PERSONAS DE LOS EQUIPOS.
- DESDE LAS PERSONAS QUE LIDERAN EQUIPOS HACIA LAS PERSONAS DE SUS EQUIPOS.
- DESDE TODA LA ORGANIZACIÓN HACIA LAS PERSONAS QUE FORMAN PARTE DE ELLA.
Para cada una de esas dimensiones hay herramientas tanto para su diagnóstico como para contribuir al aumento del salario emocional. No es el objeto de este artículo describir cada una de ellas, pero os cito algunas que, seguramente, conoceréis y que se desarrollan en nuestra Junta de Andalucía, fundamentalmente a través del Instituto Andaluz de Administración Pública: la formación en competencias directivas, sobre todo en habilidades sociales, el Programa de Acceso y Acogida a las personas que se incorporan a nuestra organización, la iniciativa Mentor y la mentoría de equipos, el Programa de Líderes emergentes, el Programa de Embajador@s del Conocimiento…
Cada una de estas herramientas, de una manera u otra, contribuye a que las personas que trabajamos en la Junta de Andalucía podamos aportar nuestro talento, a veces escondido, podamos formarnos en competencias que toman como base la inteligencia emocional, esa que tanto miedo nos da y que tan fundamental es para nuestra pequeña contribución personal al salario emocional, podamos ayudar a otras personas a caminar hacia ese desarrollo personal y profesional que demandan…; en definitiva, todas ellas, que merecerían un artículo propio, son parte muy importante del camino que deberíamos recorrer hacia la felicacia en la Junta de Andalucía. Y a mostrar este camino, casi – como me dijeron un día – como si de un faro se tratase, me dedico o intento dedicarme, entre otras cosas, en nuestra organización, confiada e ilusionada por saber que cada vez somos más y que juntos conseguiremos contribuir a que la “nomina emocional” de cada final de mes cada vez sea más grande…
Créditos:
- Las imágenes de este artículo proceden de Pixabay.
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