Antonio Miguel Quesada Portero
Psicólogo Clínico.
Servicio Andaluz de Salud.
En la consulta que tengo como psicólogo clínico se plantean con bastante frecuencia problemas relacionados con el aspecto físico, especialmente en el caso de pacientes femeninas, debido a la cultura en la que estamos insertos: por ejemplo, en los trastornos de la conducta alimentaria, como la anorexia nerviosa o la bulimia.
Las cifras comúnmente admitidas son del orden de que por cada hombre hay diez mujeres que lo padecen. Son comunes los casos en los que la usuaria por su depresión deja de cuidar su aspecto, no se arregla el pelo o evita mirarse al espejo para no ver una cara triste y poco atractiva. O te encuentras con mujeres que comen en exceso para intentar aliviar su malestar emocional, con lo que ganan peso, lo que hace que su cuerpo les desagrade, entrando así en un círculo vicioso que es una auténtica trampa. O chicas que insisten en que aborrecen su cuerpo, que perciben que sus piernas o su trasero no son como les gustaría y que refieren que, aunque su pareja les jure reiteradamente que ella les gusta físicamente, insisten en que el problema es que no se gustan ellas mismas. O ese puñado de jóvenes que he atendido acomplejadas porque eran demasiado altas y habían sufrido incluso acoso escolar por ello, con insultos o calificativos despectivos como el de “jirafa”.
Todo este malestar en las mujeres por no encajar dentro de las normas estéticas vigentes tiene sus raíces en nuestra cultura sexista, por esa visión común y tradicional que otorga mucho más valor al atractivo físico femenino que al masculino, aunque esto, por factores culturales y comerciales, está cambiando algo en los últimos tiempos. Por ejemplo, observamos publicidad de productos cosméticos específicamente dirigidos a los hombres. O cambios sociales positivos como anuncios que muestran personas con tallas grandes, pases de modelos con chicas con síndrome de Down o vitíligo o ese movimiento que, a la moda, se denomina con una expresión inglesa, “el body positive”, que reivindica la diversidad real que presentan los cuerpos.
Pero esto es algo aún incipiente y para apreciar el gran sesgo de fondo que existe en relación a privilegiar la relación entre belleza física y mujer no tenemos más que reflexionar sobre expresiones de uso hasta no hace tanto tan común como las de “bello sexo”, por supuesto referido a la mujer, contraponiéndolas con otras frases hechas que evidencian que en el caso del hombre esto no es así en absoluto: “el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso”.
En este sentido, es llamativo si investigamos un poco este tema el encontrar que la visión de la hermosura femenina que nuestro canon actual establece como el culmen de la belleza en absoluto es lo más frecuente en la historia de la humanidad: al contrario, es una excepción.
Es un tópico en este sentido hacer referencia a las venus paleolíticas de senos hipertrofiados y flácidos, con el vientre y la pelvis enorme: casi unánimemente se considera que son símbolos de fecundidad, la cualidad femenina más importante en la época. Pero incluso en la Grecia clásica, referencia fundacional de nuestra cultura occidental, aunque se produjeron imágenes que plasman la belleza considerada ideal como la escultura de la Venus de Milo, las cualidades del cuerpo atlético masculino eran aún más apreciadas y más representadas. Y ya en el Renacimiento, una de las cimas comúnmente aceptadas de la perfección física también se representa en un hombre: el famoso dibujo del Hombre de Vitrubio de Leonardo Da Vinci, que establece sus proporciones ideales.
Acercándonos más al presente, esta relativización del valor de la belleza física femenina podemos encontrarla también en las culturas campesinas, predominantes en nuestro mundo occidental hasta no hace tantos años, hasta prácticamente los albores del siglo XX.
Así, hay innumerables dichos populares que tienden a poner en guardia a los hombres contra la belleza, una cualidad femenina que se enfatiza que es siempre efímera y muchas veces peligrosa, entroncando aquí con la visión cristiana de la mujer como heredera de Eva, la tentadora que trajo la desgracia a la humanidad.
En cualquier libro de refranes podemos encontrar muchos como estos: “muy bonita enfada, algo fea, hace gracia”, “con lo bonito no se come”, “hermosura de hembra, riqueza huera”, “mujer hermosa, mujer peligrosa”, “cuanto más hermosa, tanto más sospechosa” o “la mujer hermosa, o loca o presuntuosa”. Incluso se llega a exaltar la fealdad, en aras de lo práctico, sobre todo en relación al duro trabajo agrícola, predominante en esa época: “mujer bigotuda, a ganar el pan ayuda”.
Para nuestro escándalo podemos encontrar en ese acervo de “sabiduría” popular barbaridades tales como este refrán: “a mujer con barbas, de lejos y a pedradas saludarla”. Sí, nos parece increíble, horroroso, pero nos señala el trasfondo machista y cruel que aún tenemos bajo nuestros modernos pies.
Una herramienta concreta que yo utilizo en la consulta es el mostrar y recomendar un libro de autoayuda. Se trata del titulado No son perfectas, son felices, del psicólogo Ramón Gaja y la periodista Maria José Mateo. Como se lee en su contraportada, va dirigido a “las personas que, sin padecer un defecto físico grave, no se sienten a gusto con su propio cuerpo”.
Tengo el libro a mano, entre la pila de libros que suelo recomendar, y cuando surge algún problema relacionado con el aspecto físico para el que creo que es adecuada esta intervención, muestro su portada. Lo recomiendo como libro de autoayuda de alta calidad que aplica el enfoque de la terapia cognitivo-conductual, que es la referencia de la mayoría de los psicólogos clínicos y que intenta enseñar cómo cambiando pensamientos y conductas podemos mejorar nuestro estado anímico. Pero aparte de esta recomendación, la lectura en voz alta del título y subtítulo del libro me sirve para plantear algunas ideas para comenzar la terapia, en la que es clave la reflexión sobre la gran potencia, sanadora o perturbadora, que encierran las palabras y frases que manejamos y las historias que nos contamos a nosotros mismos.
Y así, con este libro en concreto, puedo empezar a trabajar sobre como la aspiración a una perfección física irreal origina con mucha frecuencia un gran sufrimiento, origina con mucha frecuencia un gran sufrimiento, impidiendo el disfrute de la felicidad, de una vida en la que tengamos un sentimiento de agrado y al mismo tiempo una percepción de que nuestra vida tiene sentido y nosotros/as somos personas dignas y valiosas.
En este sentido, una idea importante que desarrolla el libro es la que se resume en el aserto “quiero ser amiga de mi cuerpo” A las amigas no las juzgamos o criticamos duramente. Intentamos aceptarlas tal como son, las apreciamos de una forma global, no parcial, centrándonos en sus cualidades y restando importancia o aceptando sus defectos. Además, las halagas de vez en cuando, tienes detalles con ellas y no permites que nadie las insulte en tu presencia y te gusta verlas, enorgulleciéndote de su amistad.
Considero una muy buena idea el intentar, y subrayo lo de intentar, aplicar esto a nosotros y nosotras. Tratarnos como a alguien querido y valorado y así, evitar expresiones del tipo “soy un desastre” o “soy tonta” o algunas mucho más duras y crueles. Y así, con este libro en concreto, puedo empezar a trabajar sobre como la aspiración a una perfección física irrealueles, que muchas veces espontáneamente usamos con nosotros/as mismos/as cuando cometemos algún error y que si las analizamos son, aunque no nos demos cuenta, ni más ni menos que un auténtico maltrato, un insultarnos, que puede ir minando poco a poco nuestra autovaloración, a pesar de la habituación que puede aparecer.
Es todo un ejercicio de salud y autocuidado el sustituir expresiones de ese tipo por reflexiones más racionales y adaptativas, como por ejemplo “he cometido un error: eso nos pasa a los humanos; he de aceptar sus consecuencias y aprender de lo sucedido, pero no me voy a machacar”, etc.
No se trata de ser hipócritas, sino de ser inteligentes y no dejarnos llevar por un enojo que dirigimos hacia nosotros mismos. El ir construyendo una actitud de este tipo es cuestión de tener las ideas sobre este tema claras y de práctica cotidiana, aunque muchas veces nunca logremos dominar totalmente esta tendencia a autoflagelarnos: como yo digo, si en vez de insultarnos cien veces a la semana logramos que solo sean sesenta… pues hemos avanzado y disminuido el dolor inútil. A ver si más adelante logramos disminuirlo a cincuenta y luego a cuarenta, etc.
Volviendo al refranero: “la confianza da asco”…. ¿y hay alguien con quien podamos tener más confianza que con nosotros mismos? Por eso es importante que aprendamos a querernos y respetarnos, a valorarnos de una manera compasiva, que no tiene por qué ser incompatible con una autocrítica constructiva, con querer, por ejemplo, perder peso para mejorar nuestro aspecto y, sobre todo, nuestra salud, pero haciéndolo de una manera sosegada, sin autodesprecio y dramatización.
En este sentido, otra idea importante que se trabaja en el libro “No son perfectas, son felices” y que yo desarrollo también con frecuencia en consulta es la de que la autoestima, la valoración que hacemos de nosotros mismos y que es una de las bases del bienestar emocional. Es importante que la enfoquemos de un modo global, que no nos centremos privilegiadamente en la faceta del atractivo físico según marcan los cánones usuales de nuestra sociedad.
Somos mucho más que nuestro cuerpo y nuestro aspecto físico. Somos seres humanos, con nuestros defectos y virtudes, arrojados a un mundo muchas veces duro en el que tenemos que luchar y trabajar para buscarnos la vida. Nada más que por eso, somos merecedores de respeto… ¡de nuestro autorrespeto! Así que una actitud psicológica sana que merece la pena cultivar es la de poner el foco en nuestros logros y en nuestras fortalezas de carácter, en los aspectos positivos de nuestra personalidad. El ir construyendo el hábito de llevar a la práctica esos rasgos adaptativos y valiosos de nuestra manera de ser, como ha demostrado la moderna corriente de la Psicología Positiva, nos hace crecer como humanos y tener más bienestar emocional.
Pero es que, además, resulta que, como afirma la frase atribuida a una tal condesa de Blessington: “el mejor cosmético para la belleza es la felicidad“. Y aunque la felicidad ideal no existe, sí nos enfrentamos día a día a la posibilidad de cultivar una buena vida a base de cuidar nuestras ideas y valores, nuestras elecciones y acciones.
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