Relato: Pedacitos robados

Carmen García López

Jubilada de la Administración de la Junta de Andalucía.

El tren avanza poco a poco y me resisto a aceptarlo, aún tengo tus ojos clavados en la espalda. Te has quedado allí, de pie, tan alto y tan amado, y yo he dado algunos pasos… cada uno me alejaba más de ti, pero también venías conmigo, en mis labios, en mis manos, en mis senos… todo es tuyo. He ido recorriendo el andén y me he vuelto a saludarte, a sabiendas de que estaba tan lejos que ya no te vería. El tren sigue engullendo kilómetros, me dejo envolver por la modorra. De pronto, sin previo aviso, me asalta el crepúsculo, tan bello que me duelen su fuego y su hermosura, y yo cierro los ojos y regreso a nuestro refugio, te abrazo y tu pecho es como un puerto, y allí es donde estoy y donde vuelvo. Te deseo,  nada quiero sobre mí salvo tus manos…

¿Cuántos besos nos hemos dado? Cada uno diferente, un tiovivo de distintas sensaciones, a ratos felicidad efervescente, a ratos un nudo en la garganta. Se me sale por los ojos este amor que te tengo. Me hormiguea en las manos y no sé qué hacer con él, con la congoja suave que me inunda, con el anhelo de fundirme entre tus brazos. Pedirte que no me dejes escapar. Oírte decir “te necesito”. Inventar un idioma para decir cuando no se sabe decir cuánto. Te amo, dios, cómo te amo. Acariciarte y olerte y respirarte. Tú, mi patria y mi destino.

Auténtica magia. Mirarme en el espejo con mis ojos, ver la imagen de siempre, cambiar la mirada por la tuya y de pronto ser preciosa, de pronto ese es el rostro que tú amas y dibujas con tus dedos, y por eso yo lo amo. Nunca te daré las gracias lo suficiente por la imagen que me devuelves de mí misma. Porque nunca me han tachado de milagro, y eso marca. No me importa si es verdad o no, solo que tú lo creas, que bañes mi cuerpo con tus ojos y consigas a tu vez otro milagro, que me sienta muy pequeña y también muy importante. 

Me produce extrañeza moverme por mi vida como siempre. Ando por la calle y no comprendo que nadie note que te llevo tatuado en la piel. Miro mis manos y no entiendo dónde han dejado las tuyas, por qué no las tengo… Me miro en el espejo y me sorprende que no se vea que te amo, que tú me has besado tanto, me has amado. Tantas horas, tantos gestos, tanto anhelo. Te amo, dios, cómo te amo.

Andaba por la calle a tu lado y miraba nuestras sombras en el suelo, y me gustaba. También me gusta que me cuides, me gusta reírme contigo, imponerte dos minutos de silencio aunque solo sea para disfrutar ese gesto que haces con la boca, esa cremallera invisible que te pones… me gustas tú, me gusta tu risa, lo que dices, lo que sueñas. Porque sabes hablar de tus miedos, sabes decir que no sabes, sabes llorar y sentir.

Si te ha gustado este artículo, encontrarás más contenidos interesantes en nuestra sección “Rincón literario”.

Y no dejes de ver qué tenemos publicado en los distintos números de EnRed@2.0.