Motivación y liderazgo en la Junta de Andalucía del Siglo XXI

Carmen Mesa Caraballo

Responsable (en régimen de suplencia) de la Secretaría General de la Dirección Gerencia de la Agencia Andaluza de la Energía
Sevilla

Javier Ignacio Neila Toledo

Técnico del Dpto. de Financiación de Actuaciones Energéticas de la Agencia Andaluza de la Energía.
Sevilla

Desde el Interior.

Después de algunos años en la Administración, sigue latiendo en mí una ilusión intacta: la de contribuir, desde dentro, a que lo mejor de lo que somos y hacemos se muestre también hacia fuera. Porque más allá de trámites, expedientes y reuniones, existe un valor inmenso que a menudo pasa desapercibido: el talento de las personas que formamos parte de la Administración Pública Andaluza.

Un talento hecho de compromiso, vocación de servicio y creatividad. Una energía silenciosa que, si se activa y se reconoce, puede convertirse en un motor de transformación capaz de mejorar no solo la organización, sino también la vida de quienes servimos.

Durante demasiado tiempo, el relato sobre lo público ha estado marcado por clichés de burocracia, lentitud o inmovilismo. Pero la realidad es otra: cada día, en muchos equipos, se afrontan retos con ingenio, rigor y una enorme capacidad de adaptación. Ha llegado la hora de cambiar el foco y contar nuestra historia desde lo que realmente somos: personas con talento, con orgullo de pertenencia y con la convicción de que juntos podemos transformar hacia adentro y hacia afuera.

Y quizá —aunque sea de manera metafórica— un buen comienzo sería imaginar una serie de ficción protagonizada por NOSOTROS: Una serie que muestre a la audiencia, entre casos y anécdotas, cómo funciona  la Administración desde dentro: con esfuerzo, con humanidad, con conflictos y con logros, pero sobre todo con la pasión de quienes creen que servir a lo público también es una forma de cambiar el mundo.

🎬 Desde el Interior”

Una serie producida por Netflix, sobre talento, orgullo y transformación en la Administración andaluza.

Temporada I

Episodio 1: Lo que no se ve.

En un universo donde las tramas políticas y los despachos ministeriales acaparan los titulares, nadie esperaba que la verdadera historia estuviera donde nadie miraba: en el interior de la Administración pública andaluza.

Allí, lejos del ruido mediático, trabajan miles de personas con un talento enorme, un compromiso real y una vocación que, aunque no siempre se reconoce, sigue encendida. Esta no es una serie de ciencia ficción ni una distopía burocrática. Esto va de nosotros. De lo que ya somos y de lo que podríamos ser si nos lo creyéramos.

Episodio 2: Inteligencia emocional administrativa.

La motivación no nace en un manual ni en un protocolo. Nace cuando nos sentimos parte de algo, cuando somos valorados, cuando sabemos que lo que hacemos, importa.

La Administración necesita activar su inteligencia emocional. Si nos queremos, si trabajamos en un entorno donde estamos a gusto, resurge lo mejor de nosotros. El talento no se ha ido: a veces solo está dormido, esperando una señal, una oportunidad o una simple mirada de reconocimiento.

Episodio 3: El reconocimiento que no llega

En esta serie no hay premios Goya, ni alfombra roja. Pero debería haberlos. Porque si celebramos el guion de una serie, ¿por qué no celebrar un procedimiento simplificado que mejora la vida de miles? ¿Por qué no premiar la innovación, la cooperación, la atención cercana o la excelencia silenciosa?

Nos falta reconocimiento ad intra y ad extra. No nos miramos con ojos de admiración, ni proyectamos hacia fuera todo lo que hacemos bien. Y, sin embargo, somos mucho mejores de lo que pensamos… y de lo que mostramos.

Episodio 4: Dramas que no son reales

Hay una frase que reitero —casi como un mantra resignado—:

Ya hemos encontrado un problema para cada solución.”

Esa actitud, que se extiende en nuestra sociedad y también en la Administración, refleja algo profundo: vivimos instalados en la queja. Nos cuesta reconocer lo bueno, valorar lo que tenemos, y ver las posibilidades en lugar de los obstáculos.

Pero si esta historia quiere avanzar, hay que romper ese guion. Porque, si miramos con honestidad, veremos que tenemos mucha suerte: una Administración que garantiza estabilidad, derechos laborales consolidados, oportunidades reales de crecimiento, una enorme diversidad de funciones y un marco competencial amplio que nos permite reinventarnos sin necesidad de salir de esta, nuestra casa.

La pregunta no es “¿Qué va mal?”, sino:
¿Qué funciona y cómo lo extendemos?
¿Qué talento está oculto esperando un espacio para florecer?

Episodio final (de la primera temporada): El despertar

No necesitamos inventar grandes estructuras. Solo necesitamos activar lo que ya está dentro. La Administración Andaluza tiene en su interior el potencial de una organización moderna, creativa y eficaz. Pero para lograrlo, hace falta algo más profundo: creerlo, sentirlo y demostrarlo.

El reto es cultural, no solo técnico. Es emocional, no solo estructural. Y es colectivo: esto no va de cargos, va de personas. Personas que saben, que pueden, que quieren y que necesitan sentirse vistas y reconocidas.

Próximamente en todos los centros: “Desde el Interior”.

Una serie basada en hechos reales.

Con un reparto excepcional: nosotras y nosotros.

Producida por la vocación pública.

Dirigida por el compromiso.

Y escrita cada día con trabajo, ilusión y propósito.

“Baetica vincit”

No conozco una película más utilizada por los coaches de todo el mundo, para forjar líderes, que la conocida cinta “Gladiator” de Ridley Scott, estrenada en España en mayo del año 2.000.

Resulta especialmente revelador su inicio, en el que se nos sumerge -con alguna licencia histórica- en una de las muchas escaramuzas durante las Guerras Marcómanas, entre germánicos y las invasoras legiones romanas del Emperador Marco Aurelio, cerca de la actual Viena, entre los años 166 y 180 de nuestra era.

De hecho, en muchas escuelas de negocio y academias militares, este filme compite como material didáctico de referencia, compartiendo espacio con obras de autores como Sun Tzu, Maquiavelo, Von Clausewitz, Daniel Goleman o Robert Greene.

En tan espectacular comienzo de la película, el consagrado General Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) dirige un encontronazo contra las hordas enemigas, desorganizadas y toscas, en las que cada uno pelea a su manera, sin planificación y donde la superioridad numérica, el músculo y la agresividad parecen ser suficientes. Sin embargo la estrategia, la logística y la táctica de los romanos, bajo el brillante liderazgo de su magnético jefe, consiguen que unos latinos bajitos y de espada corta, borren del mapa a barbudos tiarrones nórdicos que, fuertemente armados, defienden su hogar y su libertad desde una posición elevada y boscosa muchísimo más favorable.

Terminada la escaramuza, el líder mediterráneo se encuentra en el barro, herido, totalmente mimetizado entre sus hombres, sucio y ensangrentado, desprovisto ya por el fragor de la batalla de su casco, su capa y demás elementos identificativos de su rango, igualado a cualquier legionario de a pie. Es entonces cuando, aún aturdido por la victoria, alza su gladius y grita eufórico y excitado: “Roma Vincit”. Roma vence. Podría haber usado términos como “hemos vencido”, “el César ha vencido” o incluso, en un ataque de soberbia “he vencido”; pero es consciente de que todo es fruto del esfuerzo común. Del trabajo en equipo, de la gestión por procesos, de la especialización en los trabajos, del empleo de protocolos, del entrenamiento y sobre todo de sentirse parte de algo superior que les trasciende, que perdurará más allá de la propia existencia y que les proporcionará un sentido de plenitud y realización.

La cinta transmite, a través de su protagonista, valores que todos hemos querido que tuviesen nuestros jefes; pero también nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros subordinados, nuestro cónyuge… y por supuesto también nosotros mismos; valentía, lealtad, resiliencia, carisma, respeto, justicia, humanidad, integridad, búsqueda del bien común, empleo del ejemplo como elemento pedagógico, ética estoica, espíritu de equipo, disciplina, empatía y moderación. En resumen, la existencia de valores superiores a los que transcendemos, que nos complementan como personas y nos configuran como líderes.

Y ésto es así porque la vida no admite compartimentos estancos… Si eres mediocre en tu vida, inseguro respecto a tus capacidades o falso en tus relaciones personales, no esperes ser el imán al que todos apoyarán y seguirán incondicionalmente; al menos en situaciones de crisis. Un jefe inseguro, temeroso en su toma de decisiones, pusilánime, déspota, con ambigüedad de rol o con “síndrome del impostor”, podrá ser jefe… pero no líder. Ya los romanos diferenciaban la potestas de la auctoritas; el simple poder, que le puede llegar a cualquiera y a veces hasta por accidente, de lo que sería la autoridad moral, basada ésta en el prestigio, el respeto y las cualidades personales (esas famosas soft skills que todos los recruiters buscan como locos hoy en día).

Así es. Todos guardamos todavía un hueco en nuestra memoria y nuestro corazón para aquellos grandes líderes que nos han acompañado en nuestro camino y nos polinizaron con su estela. Y es que las palabras pueden convencer, pero el ejemplo arrastra. Y ya si hablamos de motivación -la quintaesencia del liderazgo- no todo el mundo está dispuesto a motivar a los suyos desde el incómodo púlpito del ejemplo. Guiar personas es siempre algo tan complicado como apasionante, pero quizás también una de las misiones más exigentes que te puedes encontrar en la vida, ya sea en tu trabajo, ámbito familiar o relaciones personales. En este sentido, creo que son afortunados aquellos a los que la fortuna les ha bendecido con esa misión, siempre que -por supuesto- cuenten con la valiosa habilidad para hacerlo bien. Porque aquellos pobres diablos a los que la vida les ha puesto en dicha tesitura sin estar a la altura, son una mina de espoleta retardada, que nunca se sabe cuándo va a deflagrar, para arrastrar en su caída a todos al abismo. Sistemas endogámicos, nepotismo, falta de evaluación del desempeño, poco apoyo a los mandos intermedios por parte de la cúpula, carencia de una formación adaptada a las necesidades reales de la persona, comunicación unidireccional o priorizar la productividad por encima del valor del grupo y su calidad humana, nos condenan irremediablemente al fracaso, o a algo peor; a ser esclavizados por las leyes de la inercia, la apatía y el miedo.

No creo que en las organizaciones haya una función más importante que la Gestión de los Recursos Humanos. Los elementos materiales y organizacionales, el know-how o la política de empresa son elementos contingentes per se. Mutan, se reconfiguran o simplemente quedan obsoletos y desaparecen, cual seres vivos, todo ello según necesidades mundanas, tanto políticas como económicas u organizacionales. Es opinión indiscutida que el valor más importante de una organización siempre lo será el factor humano, y su éxito o fracaso dependerá de lo armonizado y reforzado que esté su tejido social.

Por eso hay que apostar por las personas, y no sólo en el proceso de selección -para atraer y retener talento-, sino sobre todo después, con una adecuada planificación de su desarrollo y evolución profesional, para que sus habilidades y capacidades se conviertan en competencias provechosas para la organización, y también para cada individuo en concreto, pues la una no tiene razón de ser sin la otra. Así alcanzaremos la adecuación entre el puesto de trabajo y las competencias del individuo, otorgándoles entonces aquellos instrumentos idóneos para un desempeño evaluado periódicamente, que coexista con un sistema equitativo de reconocimiento y recompensas. Y es que mientras el empleado no pueda armonizar su vida familiar con la profesional, mientras no se encuentre orgulloso de su trabajo, mientras no se sienta completo y desarrollado, poco o nada podrá dejar de impronta y mejora en su trabajo diario.

Quizás entonces, en la Junta de Andalucía, podamos levantar nuestra espada y gritar:

“Baetica vincit”

¡Andalucía vence!

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