LUIS GARCÍA DEL RÍO
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en planteamientos gravemente desenfocados, máxime cuando, como venimos indican-
do, una y otra no coinciden.
De esta forma la corrupción no se convierte en un fenómeno que responda a la
entraña real de las conductas, sino que se vincula, por decirlo de alguna manera, a
la gestión e instrumentalización social, mediática y política del asunto. De hecho,
podemos decir sin ambages que la corrupción es un buen negocio para determinador
operadores sociales.
El efecto derivado de ello es grave porque a partir de ese punto, la persecución y
el enjuiciamiento sereno, sosegado y riguroso de los hechos ilícitos se convierte en
un imposible. Asumido el hecho de que estamos ante un fenómeno más social que
jurídico, más político que vinculado a la aplicación de mecanismos de prevención y
represión de hechos ilícitos, la posibilidad de que el tratamiento de la corrupción no
se preste al juego de las posiciones de parte, al ventajismo y al mutuo desprestigio
de todos los operadores públicos y políticos, se convierte en una pura ficción que
abre las puertas a gravísimos daños a nuestra sociedad comparables incluso con los
provocados por los propios comportamientos ilícitos que se dicen perseguir.
Es cierto que en muchos países concurren fenómenos de corrupción, ahora bien, no
es menos cierto que pocas sociedades se replantean su propia existencia a conse-
cuencia de los mismos. En la España de los años 90 afloraron casos de corrupción
que, en su mayor parte, procedían de la década anterior, sin embargo, la percepción
social y lo que aún se mantiene en el imaginario colectivo es que tales casos tuvieron
lugar, no cuando se cometieron, sino cuando se depuraron. Aún hoy en día se hace
referencia a una determinada trayectoria de Gobierno indicando que fue impecable
al principio y que, con el tiempo, se produjeron los comportamientos impropios,
cuando en buena parte de casos, fue exactamente al revés.
En mi opinión, el trabajo de Manuel Villoria y Fernando Jiménez
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refleja perfecta-
mente lo que venimos indicando. Dichos autores ponen de manifiesto la desconexión
evidente que existe entre los datos objetivos y reales de corrupción política y la per-
cepción social de la misma. Señalan Villoria y Jiménez en su trabajo:
“Estos estudios fundamentan en gran medida nuestras hipótesis. Por una parte, los
datos objetivos de corrupción política no tienen apenas influencia en la percepción
en tanto no tengan una repercusión mediática. Una vez que tienen esa repercusión,
sobre todo si esta tiene dimensión nacional, se produce una conciencia del problema
que incrementa la percepción y, a partir de la mayor percepción, se generan efectos
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VILLORIA, MANUEL y JIMÉNEZ, FERNANDO. Reis. Revista Espanola de Investigaciones Sociologi-
cas. Centro de Investigaciones Sociologicas Espana: LA CORRUPCIÓN EN ESPAÑA (2004-2010): DATOS,
PERCEPCIÓN Y EFECTOS.