Ya hemos visto en apartados anteriores la importancia de programar el proceso de un proyecto de Gestión del Conocimiento. Su desarrollo quizá dé lugar a un producto, pero no debes confundir éste con el resultado.
- El producto es el conjunto de bienes y servicios destinados a una serie de beneficiarios que se obtiene como consecuencia de la ejecución de un proyecto.
- El resultado, sin embargo, es el efecto en el que se traduce el uso de esos bienes y servicios entregados por el proyecto y que puede ser percibido a través de la conducta, comportamiento y prácticas de los propios beneficiarios
El resultado constituye la transformación que deseas. El producto es solo el medio para alcanzarlo.
Por tanto, te invitamos a no perderte en ese producto y a tener bien claro el cómo y el para qué lo usarás. Las respuestas a estas preguntas harán que focalices tu objetivo, serán la brújula que guiará tus acciones en este proceso en el que puede que haya momentos en los que sientas que has perdido el rumbo.
Centrarte en el resultado te llevará a repensar una y otra vez tus acciones desde esa perspectiva, a adaptarlas sobre la marcha, a cambiarlas si se detecta que no siguen la dirección esperada, en definitiva, a enfrentar el proceso de una manera más efectiva. Porque por mucho mimo que le pongas al diseño de un proyecto, no puedes predecir completamente los obstáculos que te encontrarás por el camino de su desarrollo. Pero lo que sí puedes hacer ante ellos es proponer una primera solución, evaluar los resultados, y si el camino sigue hacia tu objetivo, continuar por el mismo. En caso contrario, proponer una nueva acción. Podemos llamarlo “betaproyecto”, proyecto piloto o, si nos ponemos más técnicos, banco de pruebas, el nombre es lo de menos. Lo importante es asegurarse la posibilidad de experimentar desde el principio y de comprobar en cualquier momento del proceso que los resultados van encaminados hacia nuestra meta.
Esta forma de hacer que las cosas sucedan mediante ciclos de trabajo iterativos con incrementos graduales de valor entregado, fruto de la evaluación de los resultados al final de cada ciclo, deriva de una serie de prácticas o marco de trabajo denominado agilismo, algo que ya hemos visto en el apartado 3 de esta Guía.
Recordemos que el agilismo tiene como principios el desarrollo de proyectos en torno a equipos motivados en los que se confía y a los que se le da autonomía, y la valoración de las personas y de su interacción por encima de los procesos y herramientas. Constituye en sí mismo una poderosa herramienta para nuestro aprendizaje, para adquirir conocimiento fruto de la experiencia, para mejorar las acciones puestas en marcha y para diseñar acciones futuras que redunden en mejores resultados. Nos permite obtener valiosa información en relación a aquello que se ha hecho bien, a los problemas o limitaciones encontrados, y también a los hechos o situaciones que han supuesto un apoyo, en definitiva, nos permite cosechar aquellas lecciones que nos guían hacia la mejora continua de nuestro proyecto.
¿Conoces el reto del malvavisco o nube de azúcar de Tom Wujec?
Este experimento encierra un extraordinario aprendizaje sobre la capacidad de colaboración, liderazgo distribuido, empatía y creatividad que surgen en los equipos que se encuentran en verdadera sintonía a la hora de afrontar un desafío.
Te animamos a visualizar la charla TED en la que Wujec relata sus experiencias en la práctica de este reto por todo el mundo pincha aquí.
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